
A partir de estos resultados, los neuropsicólogos han llegado a la conclusión de que el psicópata presenta una tendencia reduccionista y simplista. Considera que los matices y las diversidades morales, intelectuales o ideológicas son algo prescindible y erróneo. Practica un pensamiento de trazo único y grueso. Y luego pasa lo que pasa, llámese Columbine, Newtown, 11-S o como toque.
Lo simple no es malo. Lo malo es a qué tipo de simpleza se llega, por qué caminos y con qué fines. Hay quienes la buscan tras años de estudio y reflexión para alcanzar una mayor efectividad en el arte (haikus, abstracción, microrrelatos, E=mc2, minimalismo, epigramas, cortometrajes, máximas, refranes...) o en la organización de entidades y centros de trabajo. Y hay quienes la encuentran, debido a un déficit neurológico o a un trauma emocional, a los diecisiete años en una página web, en un cómic o en un libro escrito hace mil quinientos años, y la usan para asesinar inocentes.
Simplificar la burocracia o despojar un poema de florituras (como propusieron Jorge Guillén o Juan Ramón Jiménez) no es lo mismo que reducir la ratio de un instituto con armas semiautomáticas y granadas de mano.
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