Dice el ministro que piensa (pausa para pensar nosotros también en lo que acabo de escribir) que los becados que no superen el 6,5 deberían (¿van a?) perder la ayuda que el estado les proporciona. De modo que si un alumno está repartiendo hamburguesas o sacando perros a defecar debe estudiar más que los que no tienen que sacar hamburguesas a defecar o repartir perros. Pobres pobres, tan ilusionados con su selectividad aprobada y sus notas brillantes de cuando no tenían edad laboral.
La barrera del 6,5 es tan discutible como cualquier otra. Lo mismo podría haber dicho 7,1 o 5,8. Total, puestos a decir arbitrariedades lo mismo da veinte que ochenta.
La cuestión de fondo es que al gobierno no le agradan mucho los pobres que quieren estudiar si no son notables (¿nobles?) o sobresalientes. Lo ocultamente injusto del asunto es que la universidad ya está subvencionada de forma general y que las tasas solo cubren una parte del gasto total de su funcionamiento. De modo que los no becarios que anden mariposeando por los campus, saltando de carrera en carrera gracias al apoyo incondicional de mamá y papá, pueden despilfarrar el dinero de los padres de los becados, quienes, aunque pobres, pagan sus impuestos sobre las rentas del trabajo y cada vez que compran un yogur, de esos que ahora no se sabe muy bien cuándo caducan.
Así que yo propondría que los no becados que no superen equis asignaturas o saquen menos de... ¿está bien un 9,6? abandonen la universidad pública y se vayan a la privada a pagar el importe total de las tasas de matriculación.
Vale, era broma. No me sale bien hacerme el demagogo.
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