He aquí la secuencia de acontecimientos. Esta tarde he bajado al centro a hacer unos recados. Entro en ese gran establecimiento comercial que todo el mundo conoce y que alude a una moda británica periclitada. Me paseo al azar y me compro una mini mesa de mezclas barata, porque la que usamos Eduardo y yo tiene algunos canales estropeados. Recuerdo que estoy leyendo un libro de Gardner sobre creatividad. Ando por el capítulo de Stravinsky. Me apetece tener un CD en lugar de bajar (o piratear) La consagración de la primavera. Compro unos cuantos más de la cuenta. Voy a pagar y a mi lado hay alguien cuya cara me suena. No sé quién, sí sé quién, es, no es, no sé, sí sé... Ya lo tengo: es Enrique Sánchez, el cocinero que veo todas las tardes con mi madre en Canal Sur. Me acerco, lo felicito por el programa y me voy. Cuando voy bajando las escaleras, rectifico. Tomo la de vuelta y le digo: "Enrique, mi madre no va a perdonar que no me haga una foto contigo". Et voilá. Del premio Príncipe de Asturias de Humanidades al solomillo con setas en cinco o seis pasos. Enrique me ha resultado una persona muy agradable, accesible y simpática, muy parecido a como se le ve en el programa, pero más delgado. Es cierto que la tele engorda. Al que sale en ella y al que la ve demasiado.
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