La foto que la acompaña la hice una calurosa noche de agosto, tras un largo viaje en coche que hicimos la ahora corresponsal en Osaka (antes de tener la más mínima idea de serlo) y un servidor de ustedes.
Donde se narra la muy ignorada aventura del embajador japonés en tiempos y tierras de don Quijote y otros sucesos dignos de feliz memoria
2010 / 12 / 07
No es casualidad ni retórica vana que el título de esta entrada sea una imitación de los que Cervantes escribió para cada capítulo de su célebre novela, publicada en 1605 y 1615.
En 1613, dos años antes de que se publicara El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha, el daimio de Sendai, Date Masamune, envió una embajada, encabezada por Hasekura Rocuemon Tsunenaga, ante el rey de España y el Papa de Roma. Iba acompañado por Luis Sotelo, un franciscano sevillano. El objetivo era doble, económico y religioso. Masamune quería comerciar directamente con México y España, sin depender de Filipinas, ni de los puertos del sur de Japón, en manos del shogun Ieayasu o de otros daimios. Sotelo, por su parte, tenía gran interés en que el Papa les diera el mando a lo franciscanos en la evangelización de Cipango, contra las pretensiones jesuitas, que ya habían conseguido un obispado en Manila.
El viaje estuvo plagado de sorpresas y consecuencias extrañas.
Llegaron a México, donde fueron recibidos por el virrey. Cruzaron el atlántico y entraron por el Guadalquivir. Se quedaron unos días en Coria del Río, a la espera de ser recibidos por el concejo (ayuntamiento) de Sevilla. Rocuemon ofreció como regalo una katana y un wakizashi. Tras esta visita protocolaria, en la que Sotelo se reencontró con su familia, emprendieron viaje a Madrid. Allí vivía por entonces un anciano escritor que había participado en batallas contra los turcos, que había estado en la cárcel por unos asuntos con hacienda y que nueve años antes había publicado una de las obras más importantes de la literatura universal. No sabemos si el viejo don Miguel conoció personalmente a Hasekura y su séquito, pero seguro que cuando estaba dando los últimos toques a la segunda parte de las andanzas de su caballero, oyó hablar de que unos caballeros nipones habían llegado desde Sevilla para ser recibidos por el rey. Quién sabe, quizá se asomó a la ventana y vio pasar la comitiva camino de palacio.
En Madrid el rey se mostró distante y receloso con la embajada, aconsejado probablemente por los jesuitas y los comerciantes españoles de Filipinas, que temían perder su poder y sus ganancias, y la despidió amablemente hacia Roma. No obstante, el monarca asistió al bautizo de Hasekura, que recibió el nombre cristiano de Felipe Francisco.
En Roma pasó más o menos lo mismo. Así que retomaron el camino y volvieron a Sevilla, dispuestos a embarcar hacia occidente para llegar a oriente.
Y aquí radica otro de los puntos interesantes de la historia. Parece ser que algunos miembros del grupo decidieron quedarse a vivir en Coria del Río, sabedores de las persecuciones que el shogun había decretado contra los cristianos. Hoy en día existen más de mil personas en España que tiene Japón por apellido. Uno de los consejeros o ministros de la Junta de Andalucía se llamaba Juan Manuel Suárez Japón y es ahora el rector de la Universidad Internacional de Andalucía. Un famoso árbitro de fútbol de los años ochenta se llamaba (y se llama) José Japón Sevilla. En Coria (a pocos kilómetros de Sevilla) existe un monumento a Hasekura, que fue subvencionado por el ayuntamiento de Sendai. En la Exposición Universal de 1992 hubo un encuentro entre el embajador de Japón en España y los descendientes de los japoneses del siglo XVII. Incluso se ha creado en el pueblo una Asociación Hispano Japonesa.
Hasekura volvió a Japón siete años después. Sotelo se saltó la prohibición de salir de Filipinas y navegó escondido en un barco chino. Al llegar a Nagasaki fue delatado y entregado a las autoridades, que poco después lo quemaron junto con un jesuita y un dominico.
Poco se sabe del final de Hasekura, a excepción de que está enterrado en el templo de Enfukuji de Miyagi.
Como las de don Quijote, las aventuras de la embajada japonesa fueron arduas e infructuosas, pero sirvieron para crear un vínculo sutil entre dos países que hoy en día son amigos y admiradores mutuos.
Y, aparte de la descendencia sevillana, quedó algo más. En una puerta del templo Entsuin de Matsushima hay una rosa pintada al estilo occidental. Se dice que es la más antigua de Japón y que está allí por la influencia cultural que trajo Hasekura de su odisea europea.
Quienes quieran conocer una versión detallada y novelada de estas andanzas pueden leer El samurái, de Shusaku Endo.
Para terminar, aquí les dejo una fotografía que hice a la estatua de Hasekura en el parque de Coria del Río.
En 1613, dos años antes de que se publicara El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha, el daimio de Sendai, Date Masamune, envió una embajada, encabezada por Hasekura Rocuemon Tsunenaga, ante el rey de España y el Papa de Roma. Iba acompañado por Luis Sotelo, un franciscano sevillano. El objetivo era doble, económico y religioso. Masamune quería comerciar directamente con México y España, sin depender de Filipinas, ni de los puertos del sur de Japón, en manos del shogun Ieayasu o de otros daimios. Sotelo, por su parte, tenía gran interés en que el Papa les diera el mando a lo franciscanos en la evangelización de Cipango, contra las pretensiones jesuitas, que ya habían conseguido un obispado en Manila.
El viaje estuvo plagado de sorpresas y consecuencias extrañas.
Llegaron a México, donde fueron recibidos por el virrey. Cruzaron el atlántico y entraron por el Guadalquivir. Se quedaron unos días en Coria del Río, a la espera de ser recibidos por el concejo (ayuntamiento) de Sevilla. Rocuemon ofreció como regalo una katana y un wakizashi. Tras esta visita protocolaria, en la que Sotelo se reencontró con su familia, emprendieron viaje a Madrid. Allí vivía por entonces un anciano escritor que había participado en batallas contra los turcos, que había estado en la cárcel por unos asuntos con hacienda y que nueve años antes había publicado una de las obras más importantes de la literatura universal. No sabemos si el viejo don Miguel conoció personalmente a Hasekura y su séquito, pero seguro que cuando estaba dando los últimos toques a la segunda parte de las andanzas de su caballero, oyó hablar de que unos caballeros nipones habían llegado desde Sevilla para ser recibidos por el rey. Quién sabe, quizá se asomó a la ventana y vio pasar la comitiva camino de palacio.
En Madrid el rey se mostró distante y receloso con la embajada, aconsejado probablemente por los jesuitas y los comerciantes españoles de Filipinas, que temían perder su poder y sus ganancias, y la despidió amablemente hacia Roma. No obstante, el monarca asistió al bautizo de Hasekura, que recibió el nombre cristiano de Felipe Francisco.
En Roma pasó más o menos lo mismo. Así que retomaron el camino y volvieron a Sevilla, dispuestos a embarcar hacia occidente para llegar a oriente.
Y aquí radica otro de los puntos interesantes de la historia. Parece ser que algunos miembros del grupo decidieron quedarse a vivir en Coria del Río, sabedores de las persecuciones que el shogun había decretado contra los cristianos. Hoy en día existen más de mil personas en España que tiene Japón por apellido. Uno de los consejeros o ministros de la Junta de Andalucía se llamaba Juan Manuel Suárez Japón y es ahora el rector de la Universidad Internacional de Andalucía. Un famoso árbitro de fútbol de los años ochenta se llamaba (y se llama) José Japón Sevilla. En Coria (a pocos kilómetros de Sevilla) existe un monumento a Hasekura, que fue subvencionado por el ayuntamiento de Sendai. En la Exposición Universal de 1992 hubo un encuentro entre el embajador de Japón en España y los descendientes de los japoneses del siglo XVII. Incluso se ha creado en el pueblo una Asociación Hispano Japonesa.
Hasekura volvió a Japón siete años después. Sotelo se saltó la prohibición de salir de Filipinas y navegó escondido en un barco chino. Al llegar a Nagasaki fue delatado y entregado a las autoridades, que poco después lo quemaron junto con un jesuita y un dominico.
Poco se sabe del final de Hasekura, a excepción de que está enterrado en el templo de Enfukuji de Miyagi.
Como las de don Quijote, las aventuras de la embajada japonesa fueron arduas e infructuosas, pero sirvieron para crear un vínculo sutil entre dos países que hoy en día son amigos y admiradores mutuos.
Y, aparte de la descendencia sevillana, quedó algo más. En una puerta del templo Entsuin de Matsushima hay una rosa pintada al estilo occidental. Se dice que es la más antigua de Japón y que está allí por la influencia cultural que trajo Hasekura de su odisea europea.
Quienes quieran conocer una versión detallada y novelada de estas andanzas pueden leer El samurái, de Shusaku Endo.
Para terminar, aquí les dejo una fotografía que hice a la estatua de Hasekura en el parque de Coria del Río.
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