
Lo que sucede es que para explicar la cultura española y occidental también hay que conocer a fondo otros sustratos culturales y religiosos. A saber: el paganismo romano que dominó el imaginario religioso hispano durante unos cuantos siglos, sustituyendo parcial o totalmente a las anteriores creencias celtas, iberas, fenicias y griegas; el judaísmo, que está presente en estas tierras desde antes de la llegada del cristianismo y que, por medio de los conversos, en cierto modo explica aspectos de la cultura española de los siglos XVI y XVII; el islam, religión muy extendida durante cinco, seis o siete siglos (depende de la zona) por toda la península que luego acabó llamándose Portugal, Andorra, España y Gibraltar (depende de la historia); el protestantismo, de corto recorrido en la España de Felipe II, pero que generó grupúsculos de valientes que sucumbieron a los autos de fe; las ideas ilustradas racionalistas, agnósticas, teístas y/o ateas, que alentaron las constituciones y revoluciones de los dos últimos siglos; el fascismo que, aunque breve y superficialmente, animó diversos movimientos políticos del siglo XX; el comunismo, el socialismo y el anarquismo, que movilizaron (y siguen haciéndolo) a (gran) parte de la población española, et caetera.
De modo que, puestos a explicar, faltan por explicar muchas cosas. Además, muchos sospechan (algunos profesores de religión incluidos) que la asignatura de marras no se ha utilizado ni se va a utilizar para "explicar" catedrales, cantos gregorianos y demás rasgos "culturales".
Somos lo que somos debido a un ingente cúmulo de condicionantes geográficos, raciales, religiosos e ideológicos. Resaltar (¿privilegiar?) uno de estos condicionantes resulta, cuando menos, tendencioso, reduccionista diría, si no fuera por lo pedante que suena.
1 comentario:
Estoy totalmente de acuerdo. Me gustaría que se diera marcha atrás en eso. Es un atraso
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