21.6.13

Solsticio estival

Tarentola Mauritanica
(no es la de mi terraza)
Llegó el verano, tiempo de hamacas y medusas, de verbenas y tardes infinitas, de maletas, mochilas y merenderos.

Dicen que este no será tan caluroso.  Ya veremos.  El tedio tiene la lengua muy suelta.

Yo nací en verano, en terral y en los sesenta.  No había aire acondicionado, a pesar de que, dicen, lo inventó William Haviland Carrier cuando mi abuela tenía dos años.  Y no lo hizo para refrescar a las personas, sino a una imprenta que se calentaba demasiado.

Nos quedan tres meses de conversaciones banales y semiamnésicas del tipo: "Yo no recuerdo tanto calor como el que ha hecho esta noche".

Las primeras generaciones de mosquitos ya está tomando posiciones en nuestros dormitorios.

Las paelleras están relucientes; los hidropedales, las norias y los carretes de las cañas, engrasados.

Las heladerías abren las carpetas de los currículos.

Al sacudir los flotadores caen en el suelo del trastero muestras de arena del verano pasado.

Repasamos las fechas de caducidad de los protectores solares y nos damos cuenta de que vemos un poco menos.

Guipamos de soslayo (que diría Valle-Inclán) las barrigas en el espejo.

Carreteras, camareros, aeropuertos, recepcionistas y estaciones tiemblan.

Los dueños barren el camping.

Las hormigas pululan entre las macetas.

La salamanquesa de mi terraza ha regresado (¿es la hija?).

Limpiamos con vaho las gafas de buceo.

Apoteosis melancólica del botijo y el abanico.

Adiós, calcetines.

Como todos los años dejo aquí un poema de Múltiplos de uno que, como diría Cervantes, viene pintiparado:



CONSAGRACIÓN DEL VERANO


Pasamos un verano cojonudo:
tú alquilabas delfines a Neptuno,
yo guardaba tu risa en caracolas.

Hacíamos castillos con las algas
que vendían muchachos en pelotas
y después de asediarlos con los muchos
revolcones de amor nos escribíamos
poemas instantáneos con los dedos
en la orilla carnosa que las olas
dejaban al volver al rebalaje.

Por agosto hicimos la paella
de hipocampos y moras y un bañista
se lanzó de cabeza a una tinaja
desde aquella avioneta anunciadora
que los lunes lanzaba polos gratis.

A la sombra rayada de un cañizo
oímos una tarde de septiembre
callar a la juke‑box del merendero.
Un nativo moreno fue plegando
las hamacas y los hidropedales
pusieron sus dos proas rumbo al cielo
para así despedirse de sus primas,
las bicis, que al revés sobre las bacas
volvían a hibernar a los desvanes.

Olor a sacapuntas y a libretas
nos trajo desde tierra un viento triste
que nos puso la carne de gallina
nos hizo apetecer un buen caldito
y aireó las rebecas del armario.

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