Una de las cosas que más me gustan de Japón son sus trenes. Puntualidad, limpieza, estética...
En el viaje desde Tokio hasta Nikko (una hora de shinkansen y otra en un cercanías) me dio tiempo a tomar estas fotos. Por la estación de Utsunomiya pasó el shinkansen a unos doscientos kilómetros por hora. Fue una especie de explosión que duró dos o tres segundos.
Si se te cae algo a las vías, no se te ocurra bajar por él. Un señor vendrá con unas largas pinzas y te lo cogerá. El último día, camino del aeropuerto vi a un operario con una de estas más máquinas.
Nótese la mezcla de bullicio y orden en la estación central de Tokio. Hay unas seis o siete vías de trenes-bala que entran y salen como si tal cosa. Hay vagones reservados y vagones sin reserva. Como perdimos el que habíamos reservado, nos pusimos en las colas de los otros. Hay dos filas, una es para los que van a montar en el primer tren que salga, la cola de al lado (más exterior) es para los que salen en el siguiente y que, cuando se montan los de la cola número 1, pues dan un paso lateral y se constituyen en cola número 1. Sin peleas, sin bullas, sin malos rollos...
Las/los limpiadores del tren también son para estar un rato hablando. Se ponen en fila al borde del andén y saludan al tren (o al conductor) cuando entra en la estación. Saludan al público. Entran en el vagón (cuatro trabajadores para cada uno) y lo dejan listo en cuestión de minutos.
Al parecer también les gustan los trenes a los japoneses. En el viaje anterior vi en Matsushima a cuatro o cinco trenófilos que fotografiaban un viejo tren de cercanías que funcionaba con gasoil.
Para terminar un primer plano de un maravilloso helado de té verde. Están tan buenos que me los comía aunque estábamos a dos o tres grados sobre cero.
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