3.11.12

MacGuffin y violencia escolar

Vienen temporadas en las que no paramos de tramitar peleas y discusiones entre los alumnos.  La maraña de dimes y diretes es tal que, llegado un momento, los profesionales tenemos dos opciones: a) cortar el nudo a la manera de Alejandro Magno y dar por resuelto el asunto con una sanción, una reprimenda o una advertencia; b) abstraernos y comenzar a verlo todo desde una distancia media respetuosa, para evitar caer en el vertiginoso cúmulo de causas y efectos, léase agresiones y venganzas, que parece no tener fin.  Dijo Buda: "El mundo existe por las acciones causales, todas las cosas se producen por la acción causal y todos los seres se rigen y gobiernan por las acciones causales".
Una vez superado ese momento zen, nos armamos de ingentes cantidades de paciencia e iniciamos la búsqueda de la causa primera (que decía Aristóteles), el big-bang del conflicto.

Y cuando llegamos al final comprobamos que se trata de lo que Hitchcock llamaba un MacGuffin, es decir, una explicación ridícula, banal e inconsistente que adquiere una importancia desmesurada para la trama.  En las películas de espías es un documento, en las de ladrones se trata de un collar, un alijo de cocaína o un pájaro hecho con el material con el que se fabrican los sueños.
En el ámbito escolar el detonante suele ser un caramelo que no se dio, una mirada mal interpretada o un rumor no confirmado.
Sin duda, detrás del MacGuffin debe de haber razones más poderosas de índole psíquica o social.
Unos pensadores hablan del poder, otros de la necesidad de afecto, de sexo.
Vayan ustedes a saber qué nos mueve a generar con doce años una vendetta a partir de, pongamos por caso, la estampa de un futbolista.


Humphrey Bogart como Samuel Spade en El halcón maltés.
La última frase de la película la dice este personaje
y está sacada de La tempestad de Shakespeare.
Alguien le pregunta de qué está hecho el halcón y Spade responde:
"Del material con el que se fabrican los sueños". 

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