Cuando salió elegido hace cuatro años, me puse a vaticinar sobre Obama y ahora que lo releo no me retracto de casi nada, porque en rigor no vaticiné nada. Dije que ya veríamos y ya vimos que por poco le gana el obispo mormón.
Y es que supongo que intentar (re)mover toda la maquinaria del poder de ese país tan grande e importante puede resultar tarea casi imposible. Ahora bien, no podemos negarle su sincero interés por dar cobertura médica a millones de personas y por invertir contundentemente en la educación pública de los más necesitados.
Dicho esto, no nos engañemos: el presidente de los Estados Unidos no es Lenin, Cromwell, ni Fidel Castro (en 1959 me refiero), aunque tampoco va por ahí inventando Ejes del Mal u organizando tormentas del desierto en las Azores.
En un mundo en el que, a pesar de la crisis, amplísimas capas de la sociedad tiene móvil y come caliente cada noche pocos propugnan o se atreven a tirar de la manta.
Sí podemos, pero qué queremos poder.
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