Para acabar con una idea no hay nada mejor que exagerarla.
Anoche haciendo zapeo mientras cenaba, me topé con una película en la que Nicole Kidman corría sin tregua para evitar ser contaminada por un virus extraterrestre encerrado en unos zombies de aspecto más o menos normal. Ya sé que no empieza bien la cosa, parece que esta entrada (¿este blog?) está empezando a ingresar en la serie B. Lo curioso del asunto es que el virus de marras lo que hacía era simplemente apoderarse de la voluntad de las personas y hacer que todas pensaran al unísono, como un solo ser. El efecto de esta humanidad zombie unánime era que los conflictos desaparecían y todo era un remanso de concordia local e internacional. En una escena se veia y oían noticias en la televisión tales como Bush y Chávez abrazándose, Corea del Norte entregando sus misiles o un Irak sin atentados en dos meses.
De modo que lo que a priori se considera deseable, la paz mundial, se convierte en algo indeseable y propio del mismísimo mal: el bien es malo.
Los pocos personajes de la película que no estaban infectados (con la australiana la cabeza) se caracterizaban por tener sentimientos individuales y por sudar, curiosa pareja psicosomática. Así que la moraleja era algo así como que si todos pensáramos igual seríamos felices, pero no seríamos personas o seríamos extraterrestres en la vaina de un terrícola. O lo que es lo mismo, el ser humano es individualista y malo, como decía Hobbes, y todo intento de colectivización, comunismo y uniformización conducen indefectiblemente a la pérdida de la identidad y de la esencia misma del ser humano.
Pocas veces me he topado con una defensa más barroca, cienciaficcionesca y bioquímica del egocentrismo capitalista y del sálvese quien pueda.
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