Y Cenicienta nunca pudo volver a las doce, porque una nube gris impidió que despegara su avión. Y como tenía los pies hinchados, se quitó los zapatos y los puso sobre la maleta de ruedas. Y fue infeliz y se comió un lánguido bocadillo de perdices estofadas en el atestado y triste bar del aeropuerto.
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