Recuerdo aquellos años del tardofranquismo (porque mira que tardó en desaparecer), cuando aprendíamos la geografía de España con una especie de soniquete o medio rap. Al llegar al norte decíamos a coro los españolitos: "...y los montes Pirineos que nos separan de Francia".
Los Pirineos (como Despeñaperros para los andaluces, la gran muralla para los chinos o las Termópilas para los griegos) eran una frontera mental, es decir, una separación, no un punto de contacto. Importaban más los picos que los puertos. Al otro lado había quesos malolientes, perfumes caros, películas prohibidas, gente estirada comiendo cruasanes y, lo peor de todo, libertad, igualdad, fraternidad... y democracia, esa cosa republicana y chusmera, fruto de la conspiración judeomasónica y el contubernio de Munich.
En estos días arde el Pirineo y se me antoja un símbolo o una premonición de lo que está pasando en la economía. Las llamas están volviendo a separar a España de Europa. Es como si el mapa de la Península fuera un recortable troquelado y ya solo faltara dar un pequeño tirón, nada, apenas un descuido y España volverá a ser libre, pequeña y apenas una.
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