Pero hoy quiero traer la otra cara del asunto, la que no se ve, pero que es más importante que la que comentamos.
Esta tardenoche he estado cenando en un restaurante que es una franquicia de bocadillos. Fui allí para evitar la chiquillería de otra franquicia de hamburguesas que empieza por M. Había poca gente y albergaba la esperanza de que me sirvieran pronto. Mi gozo en un pozo. La muchacha estaba sola haciendo bocadillos, friendo patatas, cobrando, rellenando bolsas para llevar y vasos enormes de bebidas refrescantes gaseosas. Era muy simpática y sonreía todo el tiempo, a pesar del estrés al que estaba sometida. Al hacer mi pedido ya me anunció que no me lo serviría porque no le habían traído no sé qué tipo de queso. Pedí otra cosa. Tardó bastante en prepararlo, lo que no me extrañó al ver cómo se le acumulaba la gente en el mostrador. Cuando me llamó para recogerlo que dijo que tampoco tenían la bebida que había pedido, así que me tomé otra.
En resumidas cuentas, la ineficacia que se detectaba en el servicio de este establecimiento no procedía de la trabajadora. Todo lo contrario. Ella estaba solventando la ineficacia de otros, que no le proporcionaban una compañera/-o para atender al público y que no proveían de productos en tiempo y forma.
La dependienta me ha recordado mucho a las camareras japonesas, trabajando incansables con una sonrisa en la cara. La diferencia es que allí el empresario sí es eficaz y hace lo que tenga que hacer para que todo vaya bien.
Así que les pido a los jefes que cuando exijan a los trabajadores corrección, compostura, compromiso, cordialidad, puntualidad, eficiencia... productividad, se miren primero al espejo.
1 comentario:
Muy cierto, querido amigo. Me alegro de que vuelvas a Japón, en ambos sentidos. Hay mucho por decir
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