16.3.12

Oscar Wilde y la importancia de ser imperfecto

Le debemos a la crisis la reposición en televisión de buenas películas (incluso clásicos) que, de otra manera, habrían sido aplastados y olvidados por los sucesivos estratos de la novedad.  Esta tarde me ha chafado la siesta La importancia de llamarse Ernesto, esa exquisitez verbal que nos regaló el gran (y grande) Oscar Wilde.  En el acto primero entran a tomar el té Lady Bracknell y Gundelinda, quien entabla con Jack (Ernesto en la ciudad) este pequeño diálogo:
JACK: Es usted absolutamente perfecta, miss Fairfax.
GUNDELINDA. -¡Oh! Espero no serlo, No tendría entonces ocasión de mejorar y procuro mejorar en muchas cosas.
Ya lo dijimos en otra entrada: la perfección es la muerte. Alguien que dice que "la vida es demasiado importante como para tomarla en serio" merece todos mis respetos.  Ese aire de irracionalidad vitalista me recuerda mucho al zen, con sus paradojas dinamitadoras del sentido común. Otras citas suyas con aire zen podrían ser:
-"La belleza revela todo porque no expresa nada".
-"El entendimiento destruye la armonía del rostro.  En el mismo instante en que uno se sienta a pensar, todo él se convierte en nariz".
-"No hacer absolutamente nada es la cosa más difícil del mundo.  La más difícil y la más intelectual".
-"Más veces descubrimos nuestra sabiduría con nuestros disparates que con nuestra ilustración".
Quizá no es casualidad que a lo largo de mi vida y mis lecturas me haya sentido atraído por la literatura de Wilde y por el pensamiento zen.  Quizá tengan más vinculaciones de lo que a primera vista pudiera parecer.  Lo mismo da para una tesis.  No seré yo quien la haga.  Bastante tengo con no terminar (y ni casi empezar) la mía.
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NOTA: escribo esta entrada el día antes de ir de nuevo a disfrutar del humor irreverente de Boleros Imperfectos.

1 comentario:

Julio dijo...

En vísperas de la cita con el teatro para ver esta obra, tengo el placer de leer esta lúdica y acertada crítica, más bien comentario, sobre la misma. Estoy seguro de que merecerá la pena sacrificar la siesta. Aplausos.
Salud.

Julio G. Alonso