He aquí una copia fidedigna de la última entrada del blog "Paralelo 36º" (Osaka):
Queridos lectores:
Ha sucedido lo que podríamos pensar que iba a suceder. Me he familiarizado tanto con Japón que se ha detenido mi escritura en este blog. He estado ya dos veces ahí desde la última entrada y apenas he contado nada. En navidades y fin de año visité Kioto y Amanohashidate (http://montecoronado. blogspot.com/2012/01/ amanohashidate-i.html) donde la nieve apenas dejaba caminar a los pocos turistas que andábamos por las calles. Hace poco he estado dos semanas y he paseado mucho por Arashiyama (http://montecoronado. blogspot.com/2012/02/paseo- por-arashiyama.html; la casa de los pérsimos caídos: http://montecoronado. blogspot.com/2012/03/la-casa- de-los-persimos-caidos.html) y por el centro de Kioto (http://montecoronado. blogspot.com/2012/03/viendo- llover-sobre-kioto.html ; http://montecoronado. blogspot.com/2012/03/pateando- kioto.html) y estuve en el museo internacional del manga (http://montecoronado. blogspot.com/2012/03/unos- pasos-de-karasuma-oike-en- kioto-se.html).
No es que no siga admirándome la forma de vida, la belleza de los paisajes, el saber estar y hacer de los japoneses, es que ya los tengo tan interiorizados que entiendo ese país ya casi como una parte de mí mismo. Así que estoy comenzando a convertirme en un poco más japonés, en el sentido de que ya no enfatizo tanto las bondades de esa tierra. Humildemente callo y otorgo el beneficio de la duda a muchos españoles, quienes, de manera más o menos velada, sospechan que oculto información, que exagero lo positivo o que minimizo los defectos.
Y estando enredado en estos pensamientos, hace una semana me sorprendió otro español que ha visitado por primera vez Japón. Se trata de un escritor mucho más famoso e importante que yo, Juan José Millás, el cual ha publicado en el suplemento dominical de El País, un extenso reportaje sobre Tokio y Fukushima. Me ha hecho pensar no tanto en Japón, como en la impresión que ha causado en él y, por extensión, en la que causó en mí cuando hace varios años llegué precisamente también a Tokio. Millás hace mucho hincapié en el neón, en la modernidad, en las lolitas de Harajuku, en las yukatas que ve como camisas para locos, en la extravagancia de los pachinkos, en el anonimato de las masas que cruzan por Shibuya... Extrañamente esas cosas no me impresionaron tanto como el silencio, el orden y la elegancia con que desapareció la cola de revisión de los pasaportes en el aeropuerto de Narita. Más me llamó la atención el teatro Kabuki, el Noh, Rioanji, el Gion Matsuri, el niño que viajaba solo en el shinkansen, la paz sin nombre de los pinos de las islas de Matsushima (perdón por la redundancia, ya sé el suficiente japonés como para saber que Matsushima significa isla de pinos), los niños de Kioto buscando escarabajos encaramados a un árbol, la amabilidad infinita de Keisuke y de su vecina profesora de shodo, aquella niña que se desvió casi un kilómetro para llevarnos de vuelta al hotel Hagoromo en Shizuoka, la intensa tranquilidad del riokan de Oishida o el Momijiya, la diligencia de aquella limpiadora de Hiroshima, que recorrió toda la estación para buscarnos una taquilla vacía... Hay tantas y tantas imágenes de Japón que se anteponen a la visión futurista de Ginza, Shinjuku y Roppongi.
Estoy empezando a temer que muchos detalles, muchas anécdotas, muchas impresiones corran el riesgo de perderse. Espero que no. Espero algún día tener el tiempo y la capacidad suficientes para poder comunicar al resto del mundo lo que es (o lo que yo pienso que es) Japón.
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