Hay quienes proponen que la imperfección es más preferible que inevitable. Como dijo Quevedo de la muerte, "no hallé donde poner los ojos que no fuera un recuerdo" de la imperfección. Lo perfecto es lo acabado, lo rematado, lo finiquitado, lo muerto. Lo imperfecto es lo incompleto, lo continuable, lo mejorable. En Occidente durante muchos siglos, y no sé si movidos por cierto platonismo o aristotelismo cuasipatológicos, hemos querido alcanzar la plenitud, la totalidad, construyendo grandes sistemas de pensamiento, basados en la razón (Hegel, Newton, Kant, Marx, Freud, Einstein), o en la fe (San Agustín, Mahoma, Moisés), que buscaban dar una explicación total y cerrada, perfecta, del mundo, del ser humano y de todo lo que se pusiera por delante.
Dentro del taco de libros en inglés que me esperan en Japón por motivos que ya conté en su momento, estaba este titulado Wabi-sabi for Artists, Designers, Poets & Philosophers, de Leonard Koren (Imperfect Publishing, Point Reyes, USA, 2008). Es un pequeño manual para iniciarse en ese doble concepto tan japonés. Wabi-sabi son dos palabras que al final vinieron a converger en una sola idea poliédrica: rudo, deteriorado, no elegante, solitario, asocial, incompleto, no pretencioso, orgánico, imperfecto...
Dice Koren que ningún japonés sabrá definirlo con exactitud, en parte por la tendencia de la lengua y el pensamiento japoneses a huir de lo abstracto. Las grandes cosas se sienten y lo llaman harago. Es wabi-sabi, por ejemplo un vaso para tomar té asimétrico, poroso, irregular y de coloración indefinida (1). Es wabi-sabi una llave oxidada, una escultura inacabada, una alusión, una pincelada sugerente, algo puesto tras un cristal traslúcido...
El libro entra en detalles y desmenuza la idea acercándola a la ética zen y a la ceremonia del té que instituyó Sen no Rikyu en el siglo XVI. Kenko Yoshida también aportó muchas ideas wabi-sabi en el ya comentado Tsurezuregusa.
1) La primera vez que vine a Japón observé asombrado a muchas personas que admiraban religiosamente los objetos de cerámica wabi-sabi que se exponían en el Museo Nacional de Tokio. En aquellos momentos fue una más de las sorpresas que me iba deparando el país y no le presté demasiada atención.
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