5.3.12

Monólogo viendo llover sobre Kioto

La primavera se echa encima y empiezan a sobrar paulatinamente las bufandas.  Los montes nevados ya no captan nuestra atención.  Ahora vamos atentos a los charcos, a los paraguas que siempre se olvidan, a los minúsculos brotes de cerezos y ciruelos.
Hace un año ya que nuestra corresponsal llegó a esta ciudad.  No sé cuántos de nosotros hubiéramos aguantado tanta soledad, tanta distancia y tantos problemas de comunicación.  Ella lo ha hecho y sólo por eso merece mi felicitación y respeto.
Kioto no parece en principio gran cosa, una urbe más japonesa, con sus coches, sus cables de la luz, sus semáforos, su metro y sus taxis con los sillones forrados de croché.  Pero, como dicen varias guías y viajeros, Kioto nunca termina de conocerse.  El sábado volvíamos de Shimogamo muy tarde ya y encontramos un santuario sintoísta, abierto e iluminado, que se llama Goo.  Estaba en un lateral del palacio imperial.  No había nadie.  Vimos que por todas partes había figuras de jabalíes.  Al final supimos por un folleto en inglés que, según la leyenda, el consejero imperial Wake no Kinomaru, allá por el siglo VIII, se hirió en una pierna durante un viaje y fue escoltado por los jabalíes hasta que estuvo a salvo.  Por eso en el templo se pide para curarse de enfermedades o accidentes de las extremidades inferiores o para tener suerte en los viajes.  También había postales con una enigmática señora, que sostenía en sus brazos a un niño y que se parecía demasiado a la ínclita madre de Jesús de Nazaret.
Hoy hemos estado por la zona del castillo de Nijo, hablando de literatura argentina con una compañera de nuestra corresponsal en Kioto.  La lluvia no ha parado, pero tampoco ha molestado.
Sé que por las Españas andan ustedes ya todos casi en mangas de camisa, vislumbrando el olor de los protectores solares y los espetos.  Aquí nos tomamos unos en un restaurante la misma noche que vimos el templo de los jabalíes.  No era un merendero, pero se comía muy bien.  No había casera, pero no nos fuimos.

Sardinas asadas en un restaurante de Karasuma (Kioto)

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