6.12.11

Deconstructing Christmas I


Con motivo de la celebración de la primera fiesta del fiestero mes de diciembre, inauguro esta serie de entradas robándole el título a aquella película de Woody Allen (1).
Trataremos en esta ocasión dos cuestiones previas.

1.- La primera sucede un mes (o más) antes de que la cosa sea en sí: el encendido del alumbrado.  Es una costumbre antiquísima la de añorar lo que no se tiene, así que cuando llega el equinoccio de invierno, se suple la falta de luz con velas, leds, bombillas, neones y farolillos de papel.. Dicen los psicoeconomistas (esos que daban triple A al banco más carcomido por los créditos basura) que las guirnaldas, papanoeles y muérdagos gigantescos animan a las compras y regeneran el tejido comercial de las ciudades. No lo sé, si lo dicen ellos, por algo será (quizá a cambio de una cesta con caviar y espárragos navarros). El fenómeno es tan contagioso que alcanza a países no muy cristianos, como Japón, donde este año han conseguido iluminar un barrio con aceite reciclado de las cocinas de sus habitantes.

 2.- La segunda es la fuente más importante de conflictos personales, familiares e intergeneracionales: ¿dónde vamos a celebrar qué?
Hace unos días oí a la cajera de un supermercado hablar con una de las clientas sobre este famoso asunto.  Empezó como una conversación cuasi anodina, pero, a medida que las latas de atún pasaban por el escáner, la tensión iba en aumento:
--Pues yo, como se ponga así, me quedo en mi casa en pijama.
--Pues yo no estoy dispuesta a hartarme de fregar platos el día uno.
--Pues mi marido dice que su madre está muy mayor y tenemos que ir allí, pero yo es que a su hermano no lo aguanto, y a su mujer menos.
--Y al cotillón del año pasado yo no voy ni loca.  Nos clavaron con tanto garrafón y esos churros congelados...
--Y mi hija se larga en cuanto suena la última campanada.  Y mira que le tengo dicho que es una falta de respeto grandísima darle besos a la gente con la boca llena de uvas.

1.- Deconstructing Harry.

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