Conflictología

De pequeño yo siempre andaba esquivando peleas y fomentando las buenas relaciones. No me interesaban las riñas y disputas porque en el cruel ambiente infantil y juvenil de los barrios lentos de los setenta, salía perdiendo, dada mi complexión antiatlética y mi innata prudencia, tan parecida a la cobardía. Para ser exactos nunca perdí una pelea, porque no recuerdo que me peleara nunca. Luego crecí (en estatura) y ya sí me eché a la calle y me hice el valiente estudiando lo que sólo estudian los locos y los temerarios, filología hispánica. Y así las cosas hasta que llegué al momento y lugar actuales, en los que me dedico el noventa por ciento del tiempo a zanjar o resolver conflictos ajenos.

Todavía ando dándole vueltas a aquella enigmática frase de Heráclito: "La guerra es el padre de todas la cosas". Algunos dicen que sólo tras el conflicto, tras la purga, tras la aniquilación parcial o total de las dos partes (o de una más que la otra), surge la verdadera paz. Otros opinan que sólo en la agitación, en el choque, saltan las chispas creadoras (radares, heroína...). ¿No es el sexo una batalla incruenta de la que nace la vida? ¿No llamaba Quevedo a la cama "campo de plumas"?

Por ahí anda también la teoría de René Girard, un ensayista al que leí con motivo de una tesis interminablemente inacabada. Opina el francés que la violencia es lo único sagrado que existe y que, en concreto, la violencia unánime, colectiva, contra lo que él llama el "chivo expiatorio" es lo que mantiene cohesionada a la sociedad. Su libro principal es La violencia y lo sagrado, que en francés casi suena a La violencia es lo sagrado.

Pues bien, a lo que iba, que a lo largo de estos años he aprendido (o creído aprender) un par de cosas sobre los conflictos, sobre sus partes, sus fases y su morfología. En otros posts que vaya colocando cuando me venga la inspiración violenta(mente), ampliaré este asunto tan crucial.