La segunda llora la muerte de ese mismo hombre-dios y se utiliza como aglutinante localista, exaltación del conservadurismo barroco, del militarismo nacionalista y como señuelo turístico.
Entre ambas la voz del Cristo clama en un desierto de egoísmo, materialismo y crueldad desaforados.
La religión es el incienso del pueblo que apenas logra ocultar el hedor de la vida cotidiana.
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