15.9.12

Los chinos comen hormigas

Hace unos días fui a almorzar a un restaurante de barrio.  Comenzaron a entrar los habituales del domingo, que tenían una media de treinta años más que yo: señoras solitarias y con muleta que ocupaban sus asientos con parsimonia y pulcritud, como si del primero acto de una comedia o tragedia se tratara.
En una de las paredes colgaban aperos de labranza en desuso, arados, yugos, romanas y cencerros, restos de épocas y lugares que muchos de los allí presentes, urbanitas de toda la vida de Dios, no habrían vivido.  Están allí como homenaje a las cosas ahora inútiles que en su momento sirvieron.  Una metáfora en toda regla de los parroquianos.

Anacrónicamente presidía el salón de comidas una enorme pantalla plana en la que se vociferaban los últimos minutos de un partido de segunda división.  Al acabar, comenzó un reportaje sobre la selva y abundaban los primeros planos de hormigas que iban y venían transportando cosas sobre troncos putrefactos.
Entonces llegó una más de las clientas, se detuvo junto a la barra y dijo señalando al televisor con el bastón:
--Los chinos comen hormigas.
La afirmación no fue comentada por nadie.  Así que la amplió con testimonios de poca verosimilitud y citando fuentes más que dudosas.
Y poco más. Allí seguimos con nuestros menús de paella y rosada a la plancha, bajo la amenazante presencia de monos aulladores y guadañas oxidadas.
¿Qué podemos aprender de todo esto?
Nada, salvo que los ancianos son presa de los tópicos interculturales gastronómicos y que en los restaurantes de barrio se come bien de menú los domingos de verano, cuando los jóvenes invaden las playas con sus neveras, sus filetes empanados y sus redes de atrapar medusas.


El lugar en cuestión.

No hay comentarios: