El intelectual melancólico, Jordi Gracia
He terminado de leer este "panfleto" que ya reseñé parcialmente antes. Lo de llamarlo panfleto es algo así como una provocación, porque está escrito en un estilo antiplanfetario, quiero decir, barroco, alusivo e indirecto. Nada de decálogos ni verbos imperativos. Se parece mucho al de este humilde bloguero/poeta/profesor/tocador de ukelele, pero con mucho más interés que estas cosas que ustedes tienen la paciencia de leer, colmadas de frases interminables y enumeraciones innecesarias, prolijas, agotadoras (como esta misma que ahora acabo después de cerrar el paréntesis).
Da la impresión de que Gracia quiere demostrar a los intelectuales de los que habla y se mofa, que él también lo es, pero que no comulga con su melancolía apocalíptica.
El tema ya ha sido tratado en este blog y en otros lugares: el desprecio de cierto sector de la intelectualidad (y de parte de la población) por la cultura, la educación y el mundo actuales, al que consideran una degeneración mercantilista de un supuesto pasado culto y elegante, que se ha perdido para siempre.
Aquí les dejo algunas citas que he capturado con el "capturador" de citas del Kindle. Si llegan a la última, entenderán el título de esta entrada.
- "Es un discurso no sólo tóxico sino civilmente reprobable
porque induce en televidentes y lectores en general la sensación de que las
élites del país arrojan la toalla y desde su púlpito sagrado abandonan a su
suerte a la sociedad: ya no hay esperanza alguna, tras su deserción, de
remediar nada porque todo está desarbolado. Se acabó la alta cultura y la
decadencia intelectual oprime violentamente al buen gusto".
- "Tardé demasiado en comprender que lo efímero, lo
fragmentario, lo burlesco, la ironía de uno mismo son las claves de la
modernidad".
-"...las ficciones “apocalípticas” relacionadas con la decadencia
del mundo contemporáneo» está en relación directa «con las ideologías de los
movimientos sociales y políticos empeñados en solventar la supuesta corrupción
y decadencia de la sociedad». Obviamente, el libro se titula Modernismo y
fascismo, y pone los pelos de punta como análisis meticuloso del caldo de
cultivo totalitario, sobre todo leído con la imaginación puesta en pesadumbres
más recientes".
-"...la vieja noción histórica –todavía presente– del discípulo
guiado, dirigido, tutelado, protegido, controlado y reprimido por el sabio
maestro es exactamente anorgásmica, todo lo contrario de la intensidad
intelectual y afectiva que rige el saber si quiere ser saber y no sólo
información y herencia devaluada de saber (y poder)".
-"La marejada de jóvenes con ropas de plástico, gorras de
visera, bambas luminosas y torsos desnudos con la camisa atada a la cintura se
convierte en argumento incontestable sobre el dominio universal de la
vulgaridad y la hegemonía del mal gusto. Antes, en cambio, en las calles se
respetaban los códigos de la elegancia sin énfasis, leves cabeceos entre los
ciudadanos para darse los buenos días y una finísima, imperceptible gentileza
de maneras que permitía asegurar la pertenencia a una tribu estable, burguesa,
sensible y culta".
-"El respeto a los derechos humanos –y el castigo a su incumplimiento– en una medida incomparablemente mayor a la de ninguna época anterior no ha caído del cielo ni es un regalo de las multinacionales ni estaba en el plan de productividad de ninguna firma financiera. ¿Cómo llaman a esa conquista? ¿Degradación del poder de la ética aristocrática? ¿Envilecimiento democrático? (...)
Las viejas minorías siguen siendo necesariamente minorías, pero la ampliación de la base formativa parece pasarles por alto a los nostálgicos de un orden civil e intelectual que han idealizado de la forma más simplificada y embustera, como si procediese el Occidente contemporáneo de un tiempo iluminado y limpio de morralla y no de condiciones sociales y educativas objetivamente peores que las de hoy".
-"Me temo que incurriré en esta desfachatez leprosa de los
días contemporáneos si recuerdo una respuesta periodística de Woody Allen:
«Siempre decimos que lo pasado fue mejor, que nos gustaría vivir en otra época,
pero sólo pensamos en el lado bohemio, no en lo que sería ir al dentista sin
novocaína.»
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