16.9.12

El cielo perdido

Hay bellezas que te pueden dejar traumatizados.  Si Stendhal se puso malito después de dejar Florencia, yo sentí algo parecido en el último viaje a Japón.  Y no fue a causa de ninguno de los maravillosos templos o jardines que abundan en Kioto, sino debido a la visión nocturna del cielo.
Estuvimos durante unos días en el parque nacional de Akan en el nordeste de la isla de Hokkaido, la más septentrional de las que componen el país.  Ya en otras entradas mostraré la belleza natural de aquellos parajes de pinos, volcanes humeantes, lagos cristalinos y ainus.  Una noche fuimos a una excursión a ver las estrellas en el borde de la caldera de un antiguo volcán, que ahora es un lago llamado Mashu y del que se dice que tiene las aguas más cristalinas del mundo.
En el autobús el guía hizo una introducción didáctica a la astronomía (que apenas entendimos) con formato de preguntas de múltiple opción.  Unos minutos antes de llegar, apagaron las luces del autobús y salimos casi a tientas por las escaleras.  Cuando ya intuimos que no nos íbamos a partir la cara con ninguna piedra, levantamos las cabezas.  Las cincuenta personas que íbamos dijimos todos al unísono en el idioma universal de las onomatopeyas: "Oooohhhh".
Como se suele decir en muchos casos, no hay palabras para describir aquel espectáculo.  Era como si alguien hubiera tendido una inmensa tela negra y estuviera proyectado una película en color y con banda sonora sobre nuestras cabezas.  La cantidad de estrellas de distintos colores era tal que apenas podía en un primer momento distinguir las constelaciones.  Entonces comprendí aquel antiguo concepto de la música de las estrellas del que hablaban los neoplatónicos.
El guía se puso a explicar señalando con un puntero láser potentísimo.  Fueron unos pocos minutos pero de una intensidad enorme.  Nunca nadie podrá olvidar lo que se ve en el cielo en semejantes circunstancias climáticas.

En los últimos minutos recordé que había llevado la cámara y traté desesperadamente de plasmar lo que estaba viendo.  Tiré seis o siete y no sirvieron para nada, demasiada poca luz para una cámara apoyada en el suelo.  Por fin en el último minuto, cuando ya íbamos camino del autobús, abrí el obturador durante treinta segundos y con el máximo de sensibilidad y lo conseguí.  No es ni por asomo un reflejo fiel de lo que allí vimos (está un poco movida y desenfocada), pero se acerca.  Se trata de la constelación del cisne, cuya estrella central es Deneb, en medio de la Vía Láctea.
Lástima que hayamos perdido el cielo, un patrimonio de todos, por culpa de las demasiadas farolas, y los demasiados carteles mal orientados, que llaman contaminación lumínica.
Me he propuesto buscar lugares como aquél lo más cerca posible de mi casa.  A ver si doy con alguno que tenga un cielo mínimamente parecido al del lago Mashu.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Estas noches sin luna no está nada mal la vista desde la puerta de casa después del gintonic. Pilar y Paolo lo estuvieron disfrutando este sábado. No sacamos ni el telescopio, viendo la Vía Láctea y el resto de estrellas a simple vista tuvimos suficiente. Así que cuando quieras, no tienes más que decirlo y venirte.

El estrellado de Colmenar

Anónimo dijo...

Pues ya aprovechamos y nos vamos unos cuantos más e inauguramos tu casa de una vez. Veremos estrellas, seguro.

El comentador de Ocaña