Dice un adagio popular castellano que cada uno cuenta la feria según le va. Querría ofrecerles ahora mi visión de la de Sevilla. Creo recordar que he ido dos veces, pero de ellas, sin duda, la mejor es aquella en que fuimos toda la familia (cinco entre padres y vástagos) a bordo de un ínfimo utilitario de marca española.
Para empezar, como otras tantas veces, llovió. Y sí, la lluvia en Sevilla es lo que es, un engorro de barro, como en todos lados. Luego mi padre, haciendo una maniobra le dio levemente a un coche, el cual, para nuestra desgracia, pertenecía al parque móvil de la policía municipal hispalense. Por suerte, la cosa no fue a más y todo quedó en disculpas aceptadas.
Dos recuerdos de distinta naturaleza sensorial se quedaron marcados en mi memoria. El primero es visual: la imagen de los toldos que servían como techo, hinchados como buches de paloma (la expresión es de mi madre) y las puñaladas profundas, lorquianas, que les daban los camareros para evitar que nos cayeran encima los efectos especiales de Los diez Mandamientos, los de Charlton Heston. El segundo es acústico. Aquella noche, para ahorrar el hotel, nos quedamos a dormir dentro del coche. La idea pronto se tornó en un mal sueño de posturas inverosímiles y luego ya más netamente en pesadilla, porque cerca se encontraba el ínclito puesto de las hamburguesas Uranga, que no paró en toda la noche de vociferar machaconamente en bucle infernal: "¡Hamburguesas Uranga!, ¡Hamburguesas Uranga!, pruebe nuestras deliciosas hamburguesas y nuestros perritos calientes, ¡Hamburguesas Uranga!, ¡Hamburguesas Uranga!..."
De este retazo de mis memorias no quiero extraer ninguna moraleja, conclusión, consejo o advertencia. Lo dejo ahí para evitar que alguien me pregunte por o me invite a ir a la feria de Sevilla. O a comer hamburguesas.
1 comentario:
Dos comentarios:
1) Cinco durmiendo en un pequeño utilitario español? Esto es o bien una licencia poética, o bien un exceso, aunque no sé si de tu padre entonces o de ti ahora.
2) El eco de esos altavoces gritando el nombre de esas hamburguesas aún suenan en mis oídos. Era otra feria, sin padres, y mi cuerpo moribundo y sommnoliento, yaciente o inerte, sobre el piso polvoriento de una confusa noche de agosto
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