Desde Columbine se viene discutiendo con escasa convicción la pertinencia de las leyes que permiten la posesión de armas en Estados Unidos. De poco o nada sirvió el excelente reportaje de Moore. Cada nación tiene su génesis y aquella surgió de una rebelión armada contra la metrópoli y creció tiroteando indígenas desde diligencias, celebrando duelos en corrales y declarando guerras a antiguos imperios como el español o incipientes potencias como Alemania y Japón. Tuvieron además su guerra civil y sus dos o tres magnicidios. El cine que lo representa (aunque no es el único que genera) se caracteriza por mafiosos cortadores de cabezas de caballos, despeñamientos y/o explosiones de coches, persecuciones sin pausa, asesinos en serie y series de asesinatos.
Confían en Dios, pero confían aun más en un Magnum o en un Winchester.
Es triste que un país que tanto ha aportado a la cultura y el progreso del mundo no sea capaz de poner pies en pared y detener esta gratuita y lenta sangría de inocentes. Al parecer el pasado ejerce su ley con más fuerza de la que imaginamos.
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