Abro el periódico y me encuentro en la misma página un anuncio del Iphone 5 y un perfil de Adam Lanza, el asesino silente de Newtown. He aquí la evidencia de una de las grandes paradojas de nuestro tiempo (cada tiempo tuvo las suyas): en la apoteosis de los medios de comunicación hay seres profundamente incomunicados y que, en consecuencia, no se sienten unidos a nadie y ven la vida ajena (y la propia) como eslabones sin valor en la cadena absurda de la existencia.
Cuentan que el muchacho del tiro fácil era un estudiante brillante, que absorbía conocimiento, datos, fórmulas, biografías, afluentes, dinastías... De nada le sirvió convertirse en una enciclopedia si debía convertirse en un ser humano, es decir, como dijo Aristóteles, en un animal político, en un ser social.
Cuando se habla tanto del fracaso de la educación en España y el ministro, cuyo apellido está oculto en el teclado (primera hilera de letras empezando por la izquierda), propone resolverlo con más de lo mismo: más contenidos, más esfuerzo, más exámenes y menos de lo otro (menos profesores, menos sueldo, menos diversidad, menos integración), pues me inquieto. Por el momento, porque estas leyes tan importantes no hay que acabar de creérselas hasta que no estén en el BOE, por lo menos cuatro años antes de las próximas elecciones.
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