Ante
la dicotomía adaptarse o fugarse, en España cunde la segunda opción. Cada día que pasa tengo más familiares, amigos, exalumnos y conocidos residiendo más allá de las fronteras patrias. Y no es falta de adaptabilidad, es imposibilidad. La realidad se parece cada vez menos al deseo (que diría Cernuda) y/o a las expectativas. Licenciados aplastando hamburguesas prefieren un billete a cualquier lado, aunque en un principio se encuentren frente a la misma plancha. La diferencia radica en que, una vez apagada esta, las perspectivas son muchos más halagüeñas que por estos lares. Es la diáspora del talento, del que he escrito un pequeño artículo que pronto se publicará también en el exilio.
Y mientras tanto, otros talentos, de otro tipo, llegan a España, compran bares, tiendas, naves y pisos, venden perros
kitsh, trabajan de sol a sol, ahorran, aprenden español y luego regresan (o no) a la sombra de la gran muralla, que los protege pero no les impide salir.
Parece como que nadie está donde tendría que estar o donde quisiera. Es el eterno movimiento del que hablaban Heráclito y Buda y que tanto agrada a los zapateros y a los guardias de tráfico.
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Foto que hice en un todoacién de Málaga hace unas semanas. |
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