6.10.12

Weekend zen

Una de las ideas del zen que más me interesan es la reivindicación del instante, del impulso, de la intuición, de la toma de decisiones inmediata e irracional.  Esto es algo muy temido en occidente, donde, según quién, se sopesa, se analiza, se mide y se calcula lo que se hace.  Vale, ya sé que en España somos en eso poco occidentales y parecemos zen.  La diferencia es que las decisiones hispanas suelen ser improvisaciones, más que intuiciones, las más de las veces motivadas por la falta de planificación y la urgencia de las soluciones.  Y no quiero seguir por ahí, que acabamos hablando de la(s) crisis.
Pues bien, el jueves de esta semana vi por la red que Leonard Cohen andaba por nuestras patrias tierras.  Fuimos a verlo hace tres años y resultó una experiencia inolvidable. Pero esta vez se me había ido el santo al cielo.  El mismo viernes tocaba en Madrid y no tenía ni entrada, ni tren, ni avión, ni nada.  Y he aquí el momento zen.  Tras varias e-conversaciones con nuestra corresponsal en Kioto y varias vacilaciones netamente pusilánimes y occidentales, opté por presentarme allí.  En pocas horas realicé las gestiones oportunas y la tarde del viernes puse rumbo al Palacio de los Deportes de la Comunidad de Madrid.
El concierto no tuvo desperdicio. Tras la primera canción, el poeta y cantante dijo que no sabía cuándo nos volveríamos a ver, pero que esa noche ellos iban a dar todo lo que tenían.  Desde las nueve y media hasta la una y poco estuvo cantando, con una pausa de veinte minutos y un par de canciones que cantaron las hermanas Webb (que volvieron a hacer su pirueta hacia atrás sin tirabuzón) y Sharon Robinson.
La facilidad con que Cohen se arrodilla ante el público y sus músicos (sobre todo el laudista Javier Mas) me hace pensar dos cosas: a) que es un rasgo de respeto religioso ante los demás que lo hacen ser más entrañable de lo que es y/o parece, con su traje y su mascota de mafioso de los años veinte y b) que si yo (o el Comentador de Ocaña) hubiera dado cualquiera de esos rodillazos, tendrían que haberme trasladado en ambulancia a un quirófano de La Paz o Puerta de Hierro.  Sin duda es un rastro más de su experiencia meditativa zen, que le aportó humildad y flexibilidad, dos cualidad tan escasas en esto tiempos de integrismo y arrogancia.
Aquí pongo algunas fotos del viaje y la actuación.  Algunos de mis fanesmiliares (fanes+familiares) de Facebook ya las conocen porque fui retransmitiéndolas cuando me lo permitía la conexión.

Dada la velocidad del AVE, los paisajes son todos haikus.  No dan para más.
Árbol en algún lugar de la Mancha
Desde el taxi, camino al concierto pillé un par de instantáneas turísticas.
La R.A.E. movida.


Como la compré tarde, pues me dieron de las peores, de lado y arriba.
Lo importante era estar allí, no la salud de mi cuello.
Como tampoco caí en llevarme la cámara buena, pues así salieron las fotos.
Las hermanas Webb, Sharon Robinson con Leondard Cohen en el centro del escenario.
Para hacer esta me tuve que ir por el pasillo hacia el centro.
En el intermedio me encontré con el pasillo andando de arriba abajo, peripatéticamente,
como reflexionando sobre  lo que estábamos oyendo,
al filósofo José Antonio Marina, cuyas piernas fotografié casi sin querer.

Y al salir, la Luna y Júpiter alineados, como una guirnalda cósmica sobre el auditorio.
¿No hubo otro judío hace tiempo cuyo nacimiento se señaló con una estrella o algo así?

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