En el marco de un viaje familiar acabé este fin de semana de Todos los Santos en Pedraza, una pequeña localidad de Segovia que conserva gran parte de su arquitectura tradicional.
Se llega desde Madrid por la A1, saliendo hacia el este en en el cruce de Vilarejo.
La villa está sobre un promontorio y el color de las murallas, almenas y casas se confunde en estas fechas con el marrón dorado de las hierbas secas del verano. A pesar de la invasión de domingueros de Madrid y zonas limítrofes, pasear por sus calles casi desprovistas de coches es un placer olvidado (o desconocido) al que rápidamente se le toma cariño. Nada más traspasar la puerta de la ciudad está la cárcel antigua, en la que una guía te explica morbosa y científicamente los suplicios escatológicos y denigrantes que sufrían los presos de los siglos XVI y XVII. En la planta baja se acumularon a lo largo de los años personas y excrementos hasta alcanzar un metro y medio de altura. Cuando se iniciaron las obras de rehabilitación se encontraron restos humanos amalgamados con sus propias inmundicias. Cuento esto para aquellos que sigan pensando que cualquier tiempo pasado fue mejor. Mejor puede, pero más humano e higiénico, seguro que no.
Almorzamos en uno de los restaurantes del pueblo. La contundencia de la comida castellana (judiones como canapés de grande, dos kilos de cordero para tres personas, etc.) chocó en mi estómago con la ligereza de los gazpachos, el pan con aceite y la sopa de dashi. Parece que tierra adentro los cuerpos necesitan más aporte energético que en las costas e islas (¿será el frío, será la ausencia de humedad o de fósforo?).
Merece mucho la pena desviarse de los lugares más consabidos y famosos para visitar este pueblo. Historia, buena gastronomía y tranquilidad son joyas que merecen ser atrapadas tras una muralla.
Un día agradable en compañía de Elo, Inés y Gonzalo, que rematamos, después de salir de un atasco descomunal, visitando a mi hermano y Susana, que casualmente actuaban en Colmenar Viejo con La vida de un piojo llamado Matías.
Plaza porticada de estilo castellano
Castillo (s. XIII-XVI)
Este castillo lo compró el pintor Ignacio Zuloaga en 1926 e instaló en él su taller.
No hay comentarios:
Publicar un comentario