Era una mañana fría del diciembre de 1980. Yo iba para el instituto con mi carga habitual de esperanzas, miedos, libros y barrillos. A cierta altura de la acera por la que veníamos los de mi barrio se iban agregando compañeros de otras zonas. Entonces se unió a nosotros Andrés, una de las mentes más privilegiadas de nuestra promoción. Era alegre y musiquero, casi como yo, pero mucho más guapo. Había nacido en Gijón, pero vivía desde casi siempre en Málaga. En muchas fiestas tocábamos juntos temas de los Beatles, a los que él idolatraba y yo sólo adoraba. Le conté lo que acababa de oír en la radio mientras desayunaba. Un imbécil le había dado dos o tres tiros a John Lennon en Nueva York. Se le cambió la cara y siguió el resto del camino entre ensimismado e incrédulo.
Pasó el tiempo. Nuestras aceras se separaron. Yo me fui a la facultad a hacerme escritor y acabé siendo jefe de estudios (cosas veredes, amigo Sancho). Un día me enteré de que Andrés se había metido a picoleto. Me extrañó a medias. Por un lado era, como dije, de lo mejorcito que calentaba asientos en el Sierra Bermeja (y de ciencias, no como otros, que éramos medio místicos, medio poetas, medio cultos, sin muchas pretensiones de hacernos hombres y mujeres de provecho); por otro estábamos viviendo una crisis (¿otra, la misma?) con unos índices de paro espeluznantes. Él sabrá, me dije. Seguro que acaba de general o de ministro en poco tiempo.
Pasaron un par de años más y una tarde de julio estaba ojeando el periódico mientras hablaba con un compañero de la facultad por teléfono. De pronto vi la cara de Andrés. Era una foto reciente, pero era él, no cabía duda, lo ponía en el pie de foto. Una bomba de ETA había acabado con su vida, destrozado el autobús en el que se desplazaba por la plaza de la República Dominicana de Madrid. Nueve compañeros cayeron con él.
Me quedé como se quedó él cuando le conté el asesinato de Lennon.
Años más tarde supe que Mark David Chapman era un fanático de El guardián entre el centeno, esa magnífica novela que este año tengo que volver a explicar.
Los que fabricaron y activaron el coche bomba que mató a Andrés seguro que habían leído algunas de las soflamas racistas y ultracatólicas de Sabino Arana.
Como entonces, no sé qué pensar de este quiasmo intrigante de muerte y literatura.
Y ahora dicen las noticias que todo se acabó, aunque nunca se acabará.
Imagino que los dos andarán por campos de fresas, forever.
2 comentarios:
Brindo por la gran noticia de mi país. Hoy me siento española. ¡Campay! Que nunca más luchemos entre nosotros.
Gracias Angel por homenjear a Andrés. Aunque ahora entramos en una fase más asperanzadora para todos es necesario recordar, para no repetir estas barbaridades. Un saludo
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