A principios de agosto cogí la línea Kintetsu en Kioto. El recorrido pasa del área metropolitana de Kioto-Osaka-Kobe a un paisaje de arrozales y pueblecitos grises encajados entre bosques de bambú y cipreses japoneses. Unos quince minutos antes de llegar a Ise tuve la fugaz visión de un edificio que debería de ser un museo, porque en la puerta había dos reproducciones desmesuradas de la Venus de Milo y de la Victoria de Samotracia. Calculo que no medían menos de seis o siete metros cada una. Al final del camino se llega a Toba y el mar aparece de pronto por todas partes. En Ugata me esperaba Keisuke con su eterna sonrisa, dispuesto a sacrificar su día de descanso para llevarme a conocer la zona.
Salimos en su nuevo viejo Mini y condujo por una frondosa selva que, como le comenté, no permitía ver ni un centímetro de suelo. Desde un mirador se divisan los acantilados y unas entradas del mar en tierra que llaman "rías", como suena, en español y cuya etimología ignoro.
Luego fuimos a Parque España, que ya reseñé hace unos años en este blog. El objetivo era asistir al espectáculo flamenco que entonces no pudimos ver porque llegamos tarde. Se titula "Al Andaluz" [sic] y es una serie de cuadros/palos muy bien interpretados por los bailaores/ bailarines, todos ellos y ellas españoles de pura cepa. Lo más curioso era que encima de las mesas había un folleto que explicaba qué palabras el público podía soltar a discreción a los artistas durante la actuación: "Ole, guapo, guapa, bien". Cada una contaba con su correspondiente nota semántico-pragmática, pero nadie las usó en aquel pase.
Por la noche vimos el desfile final y el espectáculo de fuegos artificiales que, según dicen, es mejor que el de Disney Tokio. Esa noche, al salir de la cena vimos una rana minúscula, del tamaño de una uña, pegada al cristal del restaurante.
Al día siguiente pusimos rumbo al norte y visitamos las famosas "rocas casadas" (Meoto Iwa) de Futami. Están unidas por una gruesa cuerda de paja de arroz (shimenawa) que pesa más de una tonelada (y que se rompió este verano con el tifón de finales de agosto) y representan a los dioses creadores del sintoísmo Izanagi e Izanami. Muchas parejas van allí a pedir por su futuro matrimonio. El trozo de costa que hay enfrente de las piedras es un santuario sintoísta que gira en torno a una fuente en la que hay unas esculturas de ranas, cuyo simbolismo no he llegado a descifrar todavía.
Al salir del recinto, en el aparcamiento de un cercano centro comercial nos sorprendió un pequeño espectáculo de leones marinos. El tamaño del animal contrastaba con la pequeña rana de la noche anterior.
Luego nos dirigimos a la ciudad de Ise (el santuario ya lo habíamos visitado en invierno), donde almorzamos en una taberna de comidas o izakaya, con un cocinero y una camarera (su mujer) ancianos, de una seriedad impropias de los japoneses. El arroz caldoso con Ise ebi, langosta de Ise, suplió con creces la falta de alegría del local.
NOTA LINGÜÍSTICA: "Taberna" en japonés quiere decir más o menos "no comas".
Para terminar la tarde Keisuke se propuso mostrarme una vieja fábrica de salsa de soja. Resultó difícil encontrarla, pero mereció la pena el paseo a cuarenta grados de temperatura. Era un cobertizo grande en el que fermentan la soja y hacen una pasta, que luego se introduce en unos grandes toneles de ciprés japonés de doscientos años. La pasta se coloca en el fondo, debajo de grandes piedras que sirven para comprimirla. El líquido se va sacando con un cazo largo por la parte central y se vuelve a soltar sobre las piedras para que vuelva a filtrarse hacia el fondo. Así un año y medio. Este método tradicional no es el que se usa para la salsa de soja industrial que se vende en los supermercados. Ellos solo producen pequeñas cantidades que venden a hoteles y restaurantes de lujo de la zona. El dueño nos explicó detalladamente todo el proceso y Keisuke traducía. Cuando estábamos terminando le preguntó a Keisuke qué idioma era aquel, porque él sabía un poco de inglés y no se estaba enterando de nada.
Esa misma tarde volvimos a Ugata para que yo tomara el tren hacia Kioto. Nunca me cansaré de agradecer a Keisuke todo lo que ha hecho y sigue haciendo por nosotros. Sin él no existiría esta sección niponfílica de Monte Coronado.
En el momento de salir ya sentí nostalgia de aquella tierra mágica, mítica y turística a un tiempo.
Y ahora, las fotos.
En Ugata con el viejo nuevo coche de Keisuke.
Costa de Mie
Nada más llegar al parque, me recibe el famoso busto de un filósofo romano cordobés, cuyo nombre es amargo recuerdo para muchos docentes andaluces.
Nuestras queridas tortas de aceite han llegado
hasta las estanterías de otra tienda de Parque España.
Piedras en los toneles.
Tonel de ciprés japonés.
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