Las librerías y papelerías de Kioto están abarrotadas de agendas estos días, hasta el punto de que han tenido que sacar estanterías a la calle para aliviar el tránsito por los pasillos. Hay agendas de todo tipo: pequeñas para los poco atareados, gruesas para los grandes hombres y mujeres de negocios, de calorías para llevar un control de lo que se come, de libros leídos...
La agenda (como dijo aquel poeta sobre la poesía) es un arma cargada de futuro. Tenemos la esperanza de llenarla de encuentros dichosos, pero al final acaba siendo lo que su etimología latina indica, un listado de "las cosas que han de ser hechas". O sea, que trata de controlar lo que se avecina, con lo que se puede decir que es uno de los pocos instrumentos que ha creado el ser humano para luchar contra el azar, junto con los seguros y los dados trucados.
Yo ya tengo dos (compradas en esta ciudad hace semanas), una para llevar encima y otra en casa, para apuntar las visitas médicas y algunos cumpleaños olvidables. En la pequeña hice una anotación ayer: "Escribir una entrada sobre las agendas en el blog". Voy a tacharla ahora mismo.
Espero que el año que estrenamos hoy llene sus agendas de citas venturosas o, mejor aun, que nos les obliguen a hacer cosas que no sean de su agrado.
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