A pesar de empezar con una rima estúpida, como una mini canción del verano (o quizá, gracias a eso), el poema luego se defiende bien y creo que no acabó del todo mal. Me salió en endecasílabos, tal vez porque se presta más a tono melancólico y de revival, cercano a Verano azul o el Dúo Dinámico. Todo con una pizca de surrealismo mediterráneo, a la manera de Dalí.
CONSAGRACIÓN DEL VERANO
Pasamos un verano cojonudo:
tú alquilabas delfines a Neptuno,
yo guardaba tu risa en caracolas.
Hacíamos castillos con las algas
que vendían muchachos en pelotas
y después de asediarlos con los muchos
revolcones de amor nos escribíamos
poemas instantáneos con los dedos
en la orilla carnosa que las olas
dejaban al volver al rebalaje.
Por agosto hicimos la paella
de hipocampos y moras y un bañista
se lanzó de cabeza a una tinaja
desde aquella avioneta anunciadora
que los lunes lanzaba polos gratis.
A la sombra rayada de un cañizo
oímos una tarde de septiembre
callar a la juke‑box del merendero.
Un nativo moreno fue plegando
las hamacas y los hidropedales
pusieron sus dos proas rumbo al cielo
para así despedirse de sus primas,
las bicis, que al revés sobre las bacas
volvían a hibernar a los desvanes.
Olor a sacapuntas y a libretas
nos trajo desde tierra un viento triste
que nos puso la carne de gallina
nos hizo apetecer un buen caldito
y aireó las rebecas del armario.
Múltiplos de uno
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