Era el final de los setenta y ninguno de nosotros sabía inglés (apersehop, yurauandaraiuan, aserejé...) ni tenía dos dedos de frente, sobre todo aquéllos que se gastaron una pasta para peinarse como Travolta. Muchos años después, delante del visionado de Pulp Fiction, yo habría de recordar aquellas tardes en las que la grasa nubló nuestros ojos y nos hizo más idiotas de lo que ya éramos. Entonces surgió este poema, junto con otros del libro, dedicados a películas memorables por muy diversas razones. Las de éste son, por supuesto, más sentimentales y peterpanescas que las de los demás.
GREASE
Después de aquel verano de promesas,
ocasos en la playa y arrumacos,
el chulo se enamora de la chica
que más odia la grasa y lo grosero.
Cuando fue la anagnórisis del insti,
él dice que qué va y luego llora.
Pero ella, que parece, mas no es tonta,
ve que jamás el chico de los cueros
cambiará las culatas por caricias
(la tribu de tupés lo exiliaría),
así que se disfraza de macarra
y agazapa instintos maternales.
(Múltiplos de uno)
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