Creo que no conté en su momento que estas navidades tuve que recurrir a los servicios de urgencia hospitalarios en Japón. Mis queridas piedras renales hicieron acto de presencia a los dos días de llegar y me hicieron la Pascua en el doble sentido de la palabra. Acudimos a un hospital cercano (Kakuwakai Marutamachi Hospital) y desde el primer momento comprendí que nada iba a ir mal.
En poco tiempo nos pasaron a la doctora de guardia que hablaba un inglés un poco más decente que el nuestro. Me realizaron análisis, exploraciones, preguntas y ecografías (por cierto, con el gel precalentado para evitar desagradables sensaciones térmicas). Detectaron la piedra y me mandaron a casa con un tratamiento consistente en medicinas que el mismo hospital proporciona en la dosis justa. Cuando íbamos a salir, pedimos que nos escribieran la dirección exacta para poder volver en caso de necesidad, pero nos sorprendieron dándonos una tarjeta con banda magnética en la que aparecía mi nombre grabado en caracteres katakana. Como el dolor no se acababa de ir, volvimos a los cuatro días. Cuando estábamos en la sala de espera, apareció un enfermero de unos cincuenta años que se colocó delante de nosotros, inclinó el tronco a la manera japonesa y nos dijo en español: "Hola, ¿cómo están?". Habían buscado a un traductor para que las entrevistas con los doctores fueran más fluidas y no hubiera ningún malentendido. El hombre había viajado por Hispanoamérica y también había sufrido una enfermedad durante el viaje. Confirmaron el diagnóstico anterior y me volvieron a dar las medicinas, añadiendo esta vez algunas que iban a ayudar a expulsar la dichosa piedra. Dado el nivel de eficacia y amabilidad, pedimos una cita con el urólogo para recabar el pronóstico de un especialista. En menos de quince minutos realizaron análisis de orina y radiografía. Todo con una normalidad y fluidez que resultaban tan terapéuticas como los mismos medicamentos.
Pues bien, ahora quedaba el problema económico. Yo pagué las facturas de estos servicios (por cierto, mucho más baratos que aquí) y ahora puedo ir a reclamar estos gastos a MUFACE, que, como algunos sabrán, es la Mutualidad de Funcionarios Civiles del Estado. Ya he ido dos veces. La primera me tuve que salir dado el ingente número de personas que quedaban por atender. Esta mañana he regresado y me han dado el impreso para la devolución. Les he explicado que las facturas están en japonés. Me han respondido que tengo que traducirlas y adjuntar una declaración jurada.
Y así las cosas va a resultar más fácil curarse que cobrar la cura. No sé si será más efectivo ir a Kioto, pedir duplicado de las facturas en inglés y traducirlas yo al español.
Si consigo que me las abonen, volveré a creer que hay un futuro para España y su funcionariado.
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