Muchas veces los compañeros de trabajo nos advertimos unos a otros con la redundante y solidaria frase: "Te has manchado de tiza". Esas manchas blancas que nos delatan como docentes en el supermercado son como las rojas del torero valiente, que se arrima y al que le pasa el toro rozando la taleguilla. El profesor manchado de tiza demuestra que se mete en harina, que está a pie de pizarra, en ese espacio casi teatral al que tanto temen casi todos los alumnos. La orden "Rodríguez, salga usted a la pizarra" hace estresarse a Rodríguez y relajarse momentáneamente al resto.
Contrariamente a la pizarra, la tiza siempre ha sido un objeto querido por los alumnos, ya sea como proyectil improvisado o como pincel monocromo. Lo mismo le pasa a su compañero el borrador, que igual sirve para jugar al hockey polvoriento, que para escribir por las paredes el nombre de la chica o el chico amados, con píxeles enormes y rectangulares.
Pero corren malos tiempos para la tiza. Hace años sufrieron el embate de los rotuladores y de las pizarras blancas. Resistieron. La tiza necesita de una presión y una lentitud artesanales que la velocidad del rotulador no da, lo que provoca una caligrafía acelerada y descuidada que a muchos no nos agrada demasiado. La tiza hay que saber usarla. Muchos alumnos la cogen como un lápiz y provocan un rechinar que pone los pelos de punta a toda la clase.
Y ahora está siendo atacada por las nuevas tecnologías. Las pizarras digitales en las que se puede escribir, proyectar, oír, navegar... son un artefacto muy útil, pero extraño, a medio camino entre una veleda y una farola. Reivindico que, en homenaje a tantos años de servicio, ese bolígrafo digital que traen para escribir en ellas sea llamado tiza digital, e-tiza o tiza a secas, como la pluma estilográfica se llama ahora pluma a pesar de que no haya sido arrancada de las alas de ningún cuervo.
Casi se me olvidaba comentar el uso más placentero de la tiza: perderse cinco o diez minutos de clase para ir a por ella. Qué paz, qué sensación de libertad e ingravidez tiene el delegado cuando sale del aula y deambula por los pasillos vacíos y silenciosos, como un astronauta en un paseo espacial. Y con un poco de suerte se encuentra con esa chica tan guapa de la clase de al lado, a la que nunca se atreve a hablar, pero que el destino ha colocado junto a él en el camino de la conserjería, de la vida.
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2 comentarios:
Ay compañero, qué gran verdad. Qué pena que las nuevas tecnologías acaben con nuestra gran amiga. Qué me dirán ahora los alumnos que no pueden hacer los ejercicios en la pizarra porque la tiza les da asma....
Pues yo sigo con la tiza.
Y con las manchas en la ropa, claro.
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