1.- Entramos a comer en un pequeño y barato restaurante de soba y udon, que son distintos tipos de fideos o pasta. Había una máquina de tiques para pedir la comida, pero, sabedores de que no entendíamos los textos que acompañaban a los platos, en la carta se explicaba en inglés detalladamente el procedimiento e, incluso, se ofrecía a los extranjeros pedir la comida señalando universalmente con el dedo. Lo más curioso, sin embargo, era que esa explicación iba encabezada por una disculpa que nadie les había pedido: "Nuestro personal no habla bien inglés".
2.- En la puerta de una casa del barrio se podían ver dos bonsáis de considerable tamaño, cuyo precio no alcanzo a imaginar. Allí estaban, en medio de la calle sin ningún tipo de protección ni vigilancia. Y no estaban en un pueblecito perdido de las montañas, sino en Kioto, una urbe más de un millón de habitantes.
3.- Estaba yo en la puerta de un centro comercial tomando un tentempié consistente en cacahuetes mezclados con pescaditos secos en salsa de no sé qué (una delicia). De pronto, el guardia de seguridad, un hombre de avanzada edad pero diligencia juvenil, se dirige hacia el aparcamiento de bicicletas para colocar absoluta y totalmente alineada una bici que acababa de dejar un ama de casa que transportaba a dos niños de pocos años (uno delante y otro detrás). Una vez alineada la bici, volvió hacia su puesto, pero antes se detuvo repentinamente y se agachó. Por un momento pensé que se me había caído al suelo (¡horror!) algo de lo que estaba comiendo, pero no. Se trataba de una simple hoja de planta, una minúscula hoja verde que en otros lugares del mundo se podría considerar adorno en lugar de basura.
4.- Volví a comprobar la distancia de seguridad que se deja entre la línea de detención de los automóviles y el paso de los peatones (y bicicletas).
4.- Volví a comprobar la distancia de seguridad que se deja entre la línea de detención de los automóviles y el paso de los peatones (y bicicletas).
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