
Yo viví un tiempo cerca de Gibraltar, en la ciudad en la que residen las cosas y los genes de los que fueron despeñados en el siglo XVIII. Cada mañana veía su silueta inconfundible desde la misma ventana de mi dormitorio. Desde allí, contaba yo a las visitas, se podían ver dos continentes, un mar, un océano, tres países y dos comunidades autónomas. Pocos lugares en la historia han estado cargados de tanto simbolismo geográfico e histórico. No es casualidad que Hércules y sus columnas anden en los escudos de Cádiz, Andalucía y España.
Yo no solía ir mucho de visita y menos en coche. De hecho creo que solo entré una vez motorizado y no más Santo Tomás. Entre lo poco que hay que recorrer en el interior y la famosa cola pegada a la pista del aeropuerto, pues no convenía. Era más rentable pasar las bolsas con los quesos y el tabaco a mano.
Mucha gente habla mal de Gibraltar y sus habitantes, sobre todo en su campo gaditano. Yo noté algo literario en la existencia de esa colonia trasnochada y cainita. Por eso me puse a escribir una novela que nunca pasó de la página 3. No sé si algún día la retomaré o pasará a formar parte de mis muchos proyectos inacabados.
A propósito, cabe la posibilidad de que en noviembre se presente A propósito, un nuevo libro de poemas que este servidor de ustedes tiene a bien publicar. Ya se avanzarán más noticias, pero solo les digo que los músicos que me suelen acompañar en tales eventos ya están avisados, las guitarras y buzuks afinados y los saxos relucientes.
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