1.8.12

Comentario de texto

No, no se asusten, que no voy a soltarles en medio del verano un esquema sobre este asunto que tan antipático le resulta a tanta gente, debido a, sin duda, nuestras fallidas estrategias didácticas.
Es peor todavía.
Lo que se me ha ocurrido (no sé por qué) es lo siguiente: en verdad o en realidad nos tiramos toda la vida haciendo un gran comentario de texto.
Pasamos horas rumiando palabras, sintagmas, oraciones: ¿Estará "bien" eso que voy a hacer? ¿Seré un "encogido" como dice mi vecina? ¿Sigo dando la tabarra a fulano porque "el que no llora no mama"? ¿Soy verdaderamente "libre" o hago lo que quieren los demás sin que me dé cuenta? ¿Es "tarde", como dice mi padre, o "temprano", como dicen mis amigas? ¿Qué dirían Humphrey Bogart, Marlon Brando, Bob Dylan o Paolo Coelho ahora mismo? ¿Me fío de este señor o voy por el camino más largo a ver a mi querida abuela?
Somos comentaristas forzosos de palabras, de discursos más o menos inoculados y consabidos, de viejos cuentos con sus moralejas, del refranero sanchopancesco, del "ya-me-lo-dijo-mi-santo-padre", de diálogos de novelas, películas o canciones que obedecemos casi sin saberlo o a sabiendas (ahí está René Girard para demostrarlo).
Somos lenguaje, personajes de un relato, de un estribillo, de una tragedia o de un ensayo que nosotros mismos escribimos día tras día, noche tras noche, sin pausa, sin estructura, sin índice, sin editor, sin oficio.
Quizá por eso dijo Buda aquello de que "la gente se atasca en las palabras como un elefante en el fango".
No sé si me explico. A lo peor es demasiada enjundia para estas calores. Ustedes perdonen. Sigan con la siesta.

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