No me canso de decirlo en las clases: poesía y música son casi las dos caras de la misma moneda, o la misma cara, si me apuran. ¿No se comunican los animales con aullidos, cantos y gorgoritos? De la misma forma quizá la primera conversación humana, el primer sonido articulado por una garganta erecta, habilis o sapiens fue algo así como una melodía inarmónica, como un gruñido repetido, rimado, ritmado.
Y saltando unos millones de años sabemos que la poesía y la música han ido siempre de la mano. ¿Acaso no se llama lírica al género literario del que estamos hablando por mor de un instrumento musical que tañía Apolo? Así fue y así siguió siendo. Las rapsodias homéricas lo corroboran, los Carmina de Horacio lo ratifican y las jarchas, cantares de gesta, coplas, romances, soleares, Machados, cantautores, Ángel González y los raperos sellan esa alianza ancestral.
No es que la poesía no se pueda leer en voz baja o alta. No es que el malogrado Valladares estuviera sobrando. Tampoco niego la existencia de epitafios silentes, ni de recitados infantiles en fiestas de fin de curso. Lo que digo es que la poesía está más en su salsa con la música que con el silencio del público o del lector.
Hace ahora poco más de un año publiqué un libro de poemas, A estas alturas, y para su presentación se me ocurrió aderezar mi lectura más o menos profesoral e imperfecta con un hilo musical que magníficamente interpretaron viejos amigos y familiares de manera, valga la redundancia, altruista. El experimento no era exactamente nuevo, pero sí inusual en depende qué círculos, valgan las comillas, "poéticos". Al parecer gustó al respetable y lo repetimos en otro lugar y lo aplicamos a la presentación de otro libro de poemas, El juglar en el asfalto (de Daniel Lázaro) con igual complacencia del respetable.
Anoche volví a toparme con la fórmula música + poesía en un magnífico espectáculo del teatro Cánovas de Málaga. "Mansilla y los espías" mantuvieron al escaso pero entusiasta público en constante estado de sorpresa, alegría, tristeza y reflexión durante una hora chispa más o menos. El sarcasmo, la sutileza, el dadaísmo narrativo y la fuerza de la voz del poeta (y sin embargo artista de las tablas) Fernando Mansilla (un rapero con sombrero) cuadró a la perfección con la excelente música de los espías Javi Mora y Luis Navarro. Inolvidable.
Y lo más serendípico fue que en un momento del espectáculo uno de los músicos sacó unas maracas y entonces recordé las que saqué yo en el recital de A estas alturas mientras Eduardo Retamero interpretaba "Volare" (uo, uo, uo).
Así que fue una especie de identificación o reconocimiento ante un proyecto que se nos ha adelantado en un par de años o más. Envidia y respeto de una tacada. Sano respeto y vil envidia.
Ahí les dejo un enlace y un vídeo del disco Literatura de baile, el cual compré religiosamente a la salida.
http://www.mansillanavarroymora.com/
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