Ahora que en medio del verano corren vientos evangélicos viene al cuento recordar la aventura del cristianismo en Japón.
Primero llegó Francisco Javier en 1549 a la cabeza de los jesuitas. La cosa no les fue mal en lo socio-político. Se dio cuenta de que los japoneses no eran unos salvajes: "La gente con la que hemos conversado es la mejor que hasta ahora hemos descubierto, y me parece que no hay nación pagana superior a la japonesa. Es una raza de modales exquisitos, generalmente bondadosa y carente de malicia, un pueblo con el sentido del honor extraordinario para el que no hay nada más importante que conservarlo".
Después de un siglo de guerras internas, Oda Nobunaga estaba intentando unificar el país, por lo que se tenía que enfrentar por una lado a los señores feudales y por otro, a las potentes sectas budistas que tenían latifundios y, en algunos casos, ejércitos. Así que decidió admitir y fomentar el cristianismo. En Kioto llegó a haber doscientas capillas y en 1580 se contaban unos 150 000 cristianos en el país. Para gran parte del pueblo japonés, el cristianismo parecía otra secta budista más de las que habían llegado de Occidente: tenía sus rezos en una lengua incomprensible (latín, sánscrito, chino...), sus rosarios, sus velas, sus imágenes adorables y sus monjes con el pelo rapado total (budistas) o parcialmente (cristianos). Pero aparecieron dos impedimentos teológicos. El primero lo levantaron los monjes budistas. Estaban dispuestos a compartir el pastel de los creyentes, si así lo exigía el todopoderoso Nobunaga, con una secta que hablaba de un único Dios y de piedad con los pobres y los menesterosos, pero tragarse toda esa mitología cristiana de una virgen que parió al hijo de un Dios en un corral y que ese Hijo muriera ejecutado por los rudos y politeístas romanos y que luego resucitara y que un seguidor incrédulo le metiera los dedos en la herida, etc. por ahí ya no pasaban. Les parecieron historias macabras de viejas chochas. El pueblo sí estaba dispuesto a tragarse la última cena, el sepulcro vacío y lo de la paloma inseminadora, pero no entendía que sus antepasados estuvieran en el infierno eternamente por no haber conocido el cristianismo.
A pesar de todo, la evangelización prosperó, sobre todo en ciertas zonas. Llegó a traducirse el catecismo y no sin cierta gracia. Parece que Poncio Pilatos se desdobló en dos personajes, Ponsha y Piroto, la virgen María era Maruya, una doncella filipina de doce años, y el anuncio de la traición de Judas fue en esto términos: "El que come cada mañana el arroz con sopa me traicionará".
Pero todo se torció cuando llegó a manos del shogun Hydeyoshi un mapa que portaban los náufragos del galeón San Felipe. Se escamó al ver una sospechosa línea que dividía verticalmente el mundo entre España y Portugal (tratado de Tordesillas). Supuso, no sin razón quizá, que el cristianismo era la avanzadilla ideológica del colonialismo. Así que decidió prohibir la religión ibérica. Prefirió lidiar con los conocidos gerifaltes del monde Hiei, con los místicos zen y con los seguidores de la Tierra Pura o de Nichiren, que con los amables sevidores del Papa y Felipe II. Se persiguió y masacró a los misioneros y a una gran parte de la población nativa, para lo que contó con la inestimable colaboración de la armada holandesa, que bombardeó gustosamente a los súbditos de un majestad imperial de Shimabara, que habían abrazado el pestilente catolicismo español. Para demostrar la fidelidad al shogun y al país se obligaba a todos los japoneses a pisar una imagen de la virgen María para poder obtener un certificado de no-cristiano. ¡Cómo nos suena a los españoles esta ultraortodoxia endogámica! Quiten kakure kirishitan (cristianos ocultos) y pongan cristiano nuevo o judeoconverso y no les digo más.
Y así pasaron los doscientos años de aislamiento Tokogawa, hasta que el en siglo XIX la presión resultó insoportable y se concedió la libertad religiosa. Dicen que uno de aquellos cristianos ocultos de los alrededores de Nagasaki se presentó ante un cura francés ya en 1865 preguntando: "¿Dónde está la sagrada imagen de Santa María?".
Hoy en día los cristianos son un 1% de la población de Japón pero algunos de ellos han tenido gran influencia cultural y política, como Nijima Jo, fundador de la Universidad Doshisha de Kioto o Nanbara Shigeru, líder de la reforma educativa.
Ahora bien, las bodas pseudocristianas proliferan por el país. Los curas ponen el cepillo y se tapan la nariz teológica. Ellas se visten de blanco y ya todo es más moderno y glamouroso, más in, aunque estén out.
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