Pues bien, llego ya al (como diría Cervantes) meollo de la cuestión. Japón ha sido eliminado del mundial y España tiene el deber de vengar esta afrenta ganando a Paraguay. Premonitoriamente hace una semana le coloqué una bandera de Japón a un Quijote (figura) que tengo en la mesa de trabajo sobre un Quijote (libro). El caballero de las causas perdidas, el que no siguió más bandera que el honor (inventado, falso, literario, desfasado) de los viejos héroes medievales y que llegó a enfrentarse a la justicia del rey de las Españas, cabalga de nuevo, dispuesto a reparar el honor de los samuráis.
NOS HEMOS TRASLADADO A
2.7.10
Bando, banda, bandera
Vuelve el tiempo de las banderas. La temporada de esas telas rectangulares polícromas (importadas de China) que señalan a quién debemos seguir en el fragor de la batalla. La bandera crea o refleja el bando, fomenta la separación en grandes grupos humanos, propicia la banda, la unión entre iguales y la separación de los distintos. La bandera también es protección, es la tribu, es el terruño, el regreso. Cuentan que el conde Drácula llevaba siempre consigo una caja con arena de su tierra para asegurarse el regreso a sus orígenes. En esta sociedad ahíta de egoísmos más o menos liberalizantes, surge la necesidad del aborregamiento, de diluirse en la masa rojigualada o albiceleste. Quien no sigue la bandera no es reconocido como miembro del clan y se tiende a repudiarlo, a expulsarlo de la cueva. Por eso decía aquella vieja canción de Brassens: "No hay en el mundo mayor pecado que el de no seguir al abanderado".
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1 comentario:
Muy bueno, como siempre
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