Hace un par de días, explicando el contexto de la literatura del siglo XX, salió el tema de las nuevas máquinas que sorprendieron a nuestros abuelos. Mi madre (influencia Luquiana) cuenta que alguien decía:
--Quita la radio de la mesa, que ese hombre se va a comer el pan.
Otra anécdota al respecto, también de mi madre es aquella del hombre que estaba muy triste y acongojado:
--Yo no voy a tener dinero para comprar todo lo que dicen los anuncios.
Una alumna me aportó otra del mismo jaez. Al parecer su bisabuelo, allá en Argentina decía que apagaran la radio, que luego podrían seguir escuchando a ese hombre cuando quisieran, pues según él se trataba de una grabación o algo parecido, que se detenía o ponía en marcha al gusto del oyente.
Pues bien, hete aquí que estos pobres abuelos y bisabuelos llevaban más o menos razón.
Vale que el hombre de la radio no se va a comer el pan, pero sí te va a incitar para que no lo comas, presentándote productos novedosos que no engordan y que favorecen el tránsito intestinal (eufemismo maravilloso).
La pesadumbre del que no podía comprar todo lo que se anunciaba hoy día está suficientemente contrastada. Los jóvenes, los viejos y los maduritos se lamentan día sí día no porque no pueden comprarse tal coche, tal pasta para pegar las encías o tales zapatillas victoriosas (Niké).
El bisabuelo de mi alumna no era un ser pre-tecnológico, sino un post-tecnológico, visionario del mp3 y de los podcasts.
Moraleja: otros tiempos vendrán, que sabio me harán.
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