Cosa distinta es que hablemos de cristianismo. Ahí si que soy tajante. Si Cristo levantara la cabeza por segunda vez y viera a las marquesonas de palco y abrigo, a los banqueros cuyos bancos derribó en la explanada del templo, fumando puros de incienso y vitorieando a las fuerzas que mantienen su orden de préstamos y prebendas, a los ejércitos de gala atronadores, incluso a los crueles y civilizadores romanos tocando trompas, timbales y trompetas... diría ¿padre, por qué me has abandonado?
Castrado el carnaval por exceso de lujuria y condenado el teatro por pecaminoso y perdulario, el pueblo se tiró a la calle, los mezcló, los disfrazó... y salió en santa procesión en medio de la primavera. Vida y muerte, lágrimas e incienso, colonias caras y sillas duras, cuernos
y cornetas, carteristas y turistas, música sacra, flores para irritar al menos alérgico, esculturas en movimiento, incipientes noviazgos, dorados y latines, adoquines y flagelantes, mantillas y cirios negros, cera que quema infantiles manos, cortes de tráfico, promesas y pregoneros interminables, colas en retretes de bares y restaurantes, canciones a capella desde balcones con geranios, aguaceros imprevistos... Y a la semana siguiente, iglesias desiertas y sálvese quien pueda.
Tan bien saben los responsables que todo es un espectáculo interactivo, una farsa con licencia de mitrados, que han desistido de meter la moral en el asunto y han optado por no lucir ningún lazo blanco. Más del 60% de la población española está a favor del aborto más o menos controlado. Una cosa es la moral católica y otra vestirse de nazareno, de galileo, de romano o de palestino.
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