
Esta situación en Japón es absolutamente impensable. Al llegar a un supermercado, por pequeño o grande que sea, los empleados dan la bienvenida y están atentos al más mínimo problema que tengas. Cuando vas a pagar muchas veces hay dos en la caja: uno para pasar el escáner y cobrar y otro para ir metiendo los productos en la bolsa. Luego te dan las gracias mirándote a los ojos e inclinando levemente sus trabajadoras espaldas. No importa el barrio, la ciudad, la hora o la cadena de supermercados, en todos te tratan igual de consideradamente.
Aquí se olvida que el cliente no sólo tiene siempre la razón, sino la potestad de irse a otro sitio (si es que existe), donde lo traten al menos como a una persona, no como a un impedimento para las relaciones amistosas entre los empleados/-as.
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