6.9.08

Comparación odiosa

Esta tarde he estado en un supermercado. Los empleados/-as están en cualquier esquina murmurando de la jefa/-e, de la compañera que está de baja falsa, del escaqueador… A uno le da no sé qué interrumpir tan animada reunión para preguntar dónde están los huevos o el salchichón de pavo. El cajero que me atendía estaba de cháchara con su compañera de la caja de al lado. Discutían sobre el sabor más o menos ácido de un chicle que acababan de pasar de un lado a otro, por encima de mis manzanas y mi pan de molde. Yo parecía no existir. Lo único que me dijo fue el total de la cuenta. Los clientes somos transparentes.
Esta situación en Japón es absolutamente impensable. Al llegar a un supermercado, por pequeño o grande que sea, los empleados dan la bienvenida y están atentos al más mínimo problema que tengas. Cuando vas a pagar muchas veces hay dos en la caja: uno para pasar el escáner y cobrar y otro para ir metiendo los productos en la bolsa. Luego te dan las gracias mirándote a los ojos e inclinando levemente sus trabajadoras espaldas. No importa el barrio, la ciudad, la hora o la cadena de supermercados, en todos te tratan igual de consideradamente.
Aquí se olvida que el cliente no sólo tiene siempre la razón, sino la potestad de irse a otro sitio (si es que existe), donde lo traten al menos como a una persona, no como a un impedimento para las relaciones amistosas entre los empleados/-as.

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