31.8.13

Queridas colillas

Casi empezaba ya a echarlas de menos.  Esas colillas amigas, que invaden todo nuestro solar hispano son un símbolo de otras miles de dejadeces en las que incurrimos.  Creemos que es normal lo que hacemos por norma, por costumbre, pero, créanme (y muchos de ustedes lo saben por experiencia), nada de lo que pasa por aquí es "normal" desde parámetros distintos a los nuestros.

Ayer tarde venía en el Disney-plane, que es en el que vuelvo siempre de París, y había como diez o doce niños gritando y saltando cons-tan-te-men-te.  Y no, no es natural que los niños parezcan epilépticos malcriados.  En muchos países los niños se ríen, juegan, se pegan entre ellos, hacen cosas de niños "internacionales", pero los nuestros... quiero decir, nosotros mismos cuando éramos pequeños, vamos dando la nota por todos los pasillos y ventanas de todos los aeropuertos y aviones del mundo.  Más o menos los mismo que hacen los mayores, pero con más decibelios.

Ya, ya sé que somos geniales, que "como aquí no se vive en ningún lado" (eso, seguro), que descubrimos América, la siesta, la fregona, el fubolín y las carreras urbanas tauromáquicas, que hemos ganado una copa y no sé cuántas carreras y partidos de tenis.  Por eso vuelvo, por ese currículum tan espléndido que ostentamos.  Bueno, por eso y por los molletes de Antequera, que no solo de educación vive el hombre.

Un manga que me he traído y unos molletes que tenía congelados.

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