Cuando los libros están en camino de desaparecer, surge esta historia que pone los vellos de punta al más pintado. La conocí gracias a mi e-amiga Elvira Lindo (artículo en El País) y pone en ridículo a los gestores públicos de la cultura. No sé qué infinidad de moralejas se pueden extraer semejante heroicidad. Aquí va también el vídeo:
1 comentario:
¿No podríamos contribuir de alguna manera para ayudar a ese GRAN SEÑOR? Creo que se lo merece. A ver si tu amiga (y nuestra) Elvira te dice algo.
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