7.2.13

Anécdota mínimamente esperanzadora

Hace poco tuve que aparcar en zona azul y al ir hacia la máquina me di cuenta de que no tenía suelto.Así que levanté la vista para buscar algún comercio donde obtener cambio.  Al hacerlo veo que un hombre cruza la calle y se dirige hacia mí.  Me pregunta si voy a echar dinero para el aparcamiento.  Le digo que sí, pero que no tengo monedas.  Entonces me dice que lo acompañe a su coche y va y me da el tique suyo, al que le sobraban veinte minutos, los justos para que yo pudiera hacer mi gestión.
No es un gesto que vaya a salvar a la humanidad, pero nunca se sabe, como ya dijo Borges en aquel poema que ya cité en otra entrada.
Todo esto tiene un aire muy budista, o, al menos, así me lo parece ahora que estoy leyendo cierto libro que les reseñaré dentro de poco.


LOS JUSTOS 

Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya músIca.
El que descubre el placer de una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
El tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada.
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.

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