Recibo un
sms enigmático. Concozco al emisor, pero me despista el contenido. Me habla de que va a saludar a Houston y por el contexto (hotel Chelsea), supongo que está en Nueva York. Ato cabos. Recuerdo una charla o un correo en el que me contaba que iba a hacer este viaje: el amigo Lucas está paseando por Manhattan.
Los niveles de envidina y recordina se disparan.
Uno nunca olvida que ha estado en Nueva York. Quizá porque uno nunca va a Nueva York; regresa: esta curva me suena de
El Padrino, sobre esta cama le hizo algo Joplin a Cohen, bajo estos árboles Woody Allen andaba cortejando a Diane Keaton, en esta acera bailó Frank Sinatra, en ese piso viviría el Luca que cantó Susan Vega...
Houston es el nombre del protagonista de una historia que escribí y publiqué hace años,
El camarero de la 7ª Avenida. Me inspiré en un muchacho de color (más marrón que negro) del hotel Pennsylvania, al que el jefe regañaba porque no sabía español. La trama era una pizca inverosímil, pero mucho más creíble que el noventa por ciento de las historias de Nueva York que nos cuentan el cine o Paul Auster. A fin de cuentas ¿quién no ha salido por las calles de una ciudad buscando un gato?
Lucas pasea en estos momentos por Central Park o junto al vacío del Gran Cero de la torres. Lo imagino tomando notas (mentales), reconociendo, sorprendiéndose.
Ojalá que esta visita acabe por romper la prudencia injustificada de su talento literario.