El mundo no se puede estar quieto. Lo diga un teniente coronel de la guardia civil, un sátrapa bereber, un faraón pronorteamericano o una fiesta del té. El mundo, si se para, se asfixia como los tiburones. Aquella tarde de febrero del 81 nos quedamos helados e instantánemente paralizados, para que Cercas pudiera hacer años más tarde su anatomía, pero una vez saltó el flash, todo el mundo volvió a su movimiento browniano.
No se estuvo quieto nadie, ni los diputados que se escondieron bajo los escaños, ni los subsecretarios, ni los cámaras de televisión, ni el dial de los transistores, ni la autoridad competente, ni al día siguiente el pueblo español, tan inquieto normalmente.
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